Javier Milei contra las otras Fuerzas del Cielo
La mitología de Javier Milei se sostiene ante todo en la exaltación de su debilidad. Se ofrece como un vengador solitario de los fracasos argentinos. Señala a los poderosos que nos trajeron hasta acá y anuncia un porvenir de prosperidad. El secreto de su éxito depende de un acto de fe: que el horror por el pasado y la ilusión sobre el futuro atenúen el sufrimiento de un presente de privaciones.
El gobierno libertario ha usado su minoría orgullosa como un látigo para doblegar adversarios. Dividió al mundillo político entre “ratas miserables” y “héroes” gracias al uso coercitivo de sus índices de popularidad. Pero convive desde el principio de su mandato con la angustia inconfesable de que la paciencia social se agote.
La inquietud se aceleró estos días cuando empezaron a acumularse en despachos de la Casa Rosada sondeos que muestran una tendencia a la baja tanto en la imagen de Milei como en la confianza en la gestión y en el optimismo sobre lo que vendrá. Puede tratarse apenas de un bache en el camino o de la señal de una cuerda que se deshilacha.
El Gobierno desdramatiza. Milei retiene un nivel de respaldo sin competencia en el desierto político que es hoy la Argentina. El problema, sin embargo, es de extrema sensibilidad. La recurrente celebración de los números fiscales, del dólar congelado y la baja de la inflación disimula apenas que el número más monitoreado por la dirigencia política, los empresarios y los inversores es la popularidad del Presidente y de su gestión. No es casual que se convirtiera en asunto de Estado desmentir que el domingo pasado hubiera tenido bajo rating la cadena nacional sobre el presupuesto 2025.
Milei se paró esa noche ante el Congreso para anunciar la doctrina del ajuste sin fin. Pase lo que pase con la economía el año que viene él va a garantizar el equilibrio fiscal. Si se recauda menos, se recortará más el gasto. Si entra más dinero, se bajarán impuestos. El punto ciego de esa afirmación consiste en que su cumplimiento está atado a la tolerancia de los votantes, que es siempre lo que legitima a un gobierno, pero mucho más a uno con la fragilidad institucional del actual.
Una sucesión de estudios privados terminados esta semana es coincidente en que hay un deterioro en la aprobación del gobierno libertario. Poliarquía, en el informe reservado que distribuye entre sus clientes, destacó que septiembre ha sido el primer mes “fuertemente negativo” para Milei. La imagen personal del Presidente cae siete puntos (mantiene un diferencial positivo de +2%) y la desaprobación de la gestión sube 4. Detecta un declive en el optimismo y aumenta 7 puntos la percepción negativa sobre la situación económica.
Aresco registra también una baja de seis puntos en la imagen positiva de Milei y un alza de similar de la negativa. Trespuntozero publicó cifras que muestran por primera vez al Presidente con más rechazo que aprobación. Y el Índice de Confianza del Consumidor de la Universidad Di Tella revela una caída de 5,92% respecto de agosto, con un énfasis particular en las expectativas de futuro.
Santiago Caputo, el ingeniero de la propaganda libertaria, tiene un reto. ¿Y si se estuviera agotando el libreto de “la casta” y la austeridad como dogma?
Quienes resisten internamente al asesor estrella lo acusan de distraerse de su misión principal para dedicarse a la acumulación de poder. El propio Milei, cuentan en la Casa Rosada, pidió moderación puertas adentro después del episodio entre Caputo y Guillermo Francos que terminó con el jefe de Gabinete internado. Lo reclamó citando otra vez a Cicerón: “Me tienen los huevos llenos con las internas”.
A mitad de semana Caputo y Francos se hicieron una foto de la paz, con Karina Milei como testigo. Pero el ministro coordinador no se privó de reconocer en público que habían existido diferencias de criterio con Caputo. Una forma de marcar territorio.
Los rivales de Caputo lo señalan como responsable esta semana de un error de cálculo: el asado convocado en el quincho de la residencia de Olivos para agasajar a los diputados de La Libertad Avanza, Pro y el radicalismo que blindaron el veto presidencial a la ley previsional sancionada por la oposición.
La foto de Milei en la cabecera de una mesa interminable de políticos es una postal de lo que “el triángulo de hierro” libertario siempre llamó “la casta”. A los “87 héroes” y los funcionarios invitados se les pidió 20.000 pesos por la cena, después de intuir que algo estaba mal con esa fiesta del poder. Parecieron perder de vista la cuestión de fondo: no era quién pagaba la cuenta, sino que estaban celebrando que habían frenado un aumento a los empobrecidos jubilados argentinos.
La empatía ayuda a regar la paciencia social. En agosto y septiembre ha pegado fuerte la suba de tarifas del transporte y los servicios públicos. La recuperación de la actividad se declama desde arriba, pero no aparece con claridad en los indicadores. La inflación se encontró con una meseta difícil de perforar. El dólar planchado complica la acumulación de reservas en el Banco Central y enciende alarmas sobre los compromisos externos del año que viene.
La hoja de ruta que Milei presentó ante el Congreso preanuncia larga vida para el cepo y una prolongada etapa de recesión o al menos de crecimiento muy moderado.
El ministro de Economía, Luis Caputo, distribuye mensajes optimistas que implican readaptaciones del libreto libertario. Hace un año Milei decía que el peso era “excremento” y que llevaría a una dolarización de la economía. Caputo explicó el viernes que “el plan económico está diseñado para ir a un esquema bimonetario en el que la moneda fuerte sea el peso”. El Fondo Monetario Internacional (FMI) espera precisiones.
La guerra de Aerolíneas
Ante los fieles que flaquean en su fe, Milei apela a la polarización con el kirchnerismo. Desde el Pro algunos dirigentes que lo quieren bien ya le han advertido –por experiencia propia- sobre el peligro de enamorarse de ese recurso. “En principio parece que te suma; pero es como una droga, nunca sabés cuando te confiás, te tropezás y ahí los tenés a ellos listos para pasarte por arriba”, dice un legislador de confianza de Mauricio Macri.
Para abroquelar apoyos, el Gobierno se plantó en el conflicto gremial de Aerolíneas Argentinas, que ha convertido en un infierno el servicio aerocomercial del país. Milei ordenó avanzar con un proyecto de ley de privatización y mostrarles a los sindicalistas que está dispuesto a impulsar negociaciones con empresas extranjeras para operar la empresa. Es a todo o nada, dicen en la Casa Rosada.
La respuesta se cristalizó con una alianza de todos los sindicatos del transporte. Amenazan con huelgas y otras medidas de protesta que podrían afectar severamente el día a día de la gente común.
Una ráfaga de prudencia propició que Milei demorara más de la cuenta el veto a la ley de financiamiento universitario sancionada la semana pasada por sus adversarios: ¿es momento de tentar a nuevas protestas callejeras? Es cierto que el libertario se crece en el conflicto, pero la línea entre la audacia y la temeridad es muy delgada.
Cristina y Máximo Kirchner entendieron que llegó el momento de recuperar centralidad. El gobernador Axel Kicillof también, aunque siempre atenazado por los movimientos de “la Jefa”. Mientras él se propone componer “nuevas canciones”, Cristina ya publicó el disco en la carta que difundió hace dos semanas con una apelación a acomodar el peronismo a las demandas sociales de la era mileísta. Su hijo –jefe de La Cámpora- se largó este viernes a “armar de nuevo”, aunque por ahora solo se vieron las caras y las ideas de siempre.
Sorpresa papal
La gran sorpresa para el Gobierno fue el descenso del papa Francisco al barro terrenal de la política doméstica. La ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, había viajado a verlo el lunes para llevarle informes sobre la política social que está aplicando. La reunión la pidió él, insisten en el Gobierno. La sospecha de que algo había salido mal se instaló el mismo día de la cita. No se difundieron fotos (aunque sí se hicieron) y antes de recibir a la funcionaria el Papa agasajó a una delegación sindical que incluyó a Pablo Moyano y otros opositores intransigentes.
El sacudón llegó el viernes. Jorge Bergoglio apareció por sorpresa en una actividad con movimientos sociales a dar un discurso político en el que por primera vez desde que es Papa criticó sin disimular a un gobierno argentino.
Mostró que su diferencia ideológica con Milei es irreductible. Defendió la justicia social –denostada por el Presidente-, lo cual es lógico en un jesuita. Pero añadió a su prédica un profundo sesgo antiliberal. Pareció guiñarle un ojo a quienes lo tildan de Papa peronista.
Criticó la represión con gas pimienta del gobierno de Milei y reivindicó las protestas. No le valió un matiz que gran parte de la sociedad -y de cristianos que lo veneran- valore del gobierno actual la vocación de terminar con los piquetes que habían normalizado el desorden en las calles y rutas argentinas. Con Juan Grabois al lado, exaltó a los movimientos sociales incluso en el extremo de validar la toma de tierras. Dejó una sombra de sospechas al contar un caso de corrupción sin dar nombres ni referencias temporales. Y completó la encíclica contra Milei al denunciar a “quienes miran desde arriba al otro” y “se regodean en la propia supremacía frente a quien está peor”.
El máximo referente de la libertad universal acusó el golpe. El viernes el malestar era intenso en la Casa Rosada por el abierto tono opositor del Papa, que se da en vísperas de la difusión del índice de pobreza del primer semestre del año. Se espera un número doloroso.
La orden de silencio, aun así, fue terminante. Una cosa es pelearse con el piloto Biró y otra con el Papa de Roma. Así son las reglas cuando las Fuerzas del Cielo parecen alinearse en la vereda de enfrente.
LA NACION