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Con un Vivaldi tan pasional como polémico, la Amsterdam Sinfonietta prendió fuego el Teatro Colón

Concierto de la Amsterdam Sinfonietta. Violín y dirección: Candida Thompson. Solista: Janine Jansen, violín. Programa: Thomas Adès: Shanty: Over the Seas para orquesta de cuerdas; William Walton: Sonata para orquesta de cuerdas; Antonio Vivaldi: Cuatro estaciones, conciertos para violín, cuerdas y continuo, op. 8, Nº1-4. Ciclo: Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Nuestra opinión: muy bueno

La Amsterdam Sinfonietta, fundada en 1988 y dirigida por la excelente violinista inglesa Candida Thompson desde 2003, es un ensamble de cuerdas de excelencia. Más allá de una mecánica de funcionamiento admirable, la solidez de su sonido de conjunto se basa no solo en la eficiencia individual de cada uno de sus veintitrés integrantes sino también en que el ensamble cuenta con un robusto orgánico de cuerdas graves con dos contrabajos, cuatro chelos y cinco violas, una base sólida y numéricamente equivalente al de los once violines, curiosidad llamativa aparte, todos ellos portados por mujeres.

Pero la maravilla se completó con la elección de un repertorio poco habitual, atractivo, moderno y contrastante que denota una preocupación por evadir lugares comunes y plantear desafíos tanto a la orquesta como al público. En la primera parte, dos obras para orquesta de cuerdas de dos compositores ingleses, Thomas Adès, uno de los más afamados compositores contemporáneos, y el recordado William Walton, fallecido hace poco más de cuarenta años. En la segunda, Las cuatro estaciones, de Vivaldi, con la presencia de la gran Janine Jansen, no solo como la eximia violinista que es sino también en calidad de directora y, asumimos, responsable de una peculiar interpretación tan brillante como controversial de la célebre colección de cuatro conciertos del gran compositor veneciano.

En 2020, cuando los misterios y los temores invadían al planeta y la humanidad volvía a la antiquísima cuarentena como medida preventiva, Thomas Adès, todo un símbolo, escribió Shanty – Over the seas, una obra para quince instrumentos de cuerdas solistas que recreaba la idea de los antiguos cantos de trabajo de los marineros (los shanties o salomas). El canto comunal y, al mismo tiempo, desregulado por los embates y movimientos que imprime el mar y por el desorden natural que implica el canto individual en esas condiciones, se plasmó en una obra bellísima y admirable.

Desde una tenuidad impalpable, con sonidos inconexos y que van dialogando libremente entre sí en la búsqueda de alguna mancomunión, la obra se va armando, tozuda y lentamente, hasta alcanzar la fusión deseada, una hermandad en plena jornada laboral que alcanza un notable caudal colectivo. Musicalmente, la coherencia se va logrando, también, con la afirmación del juego tonal entre Re mayor y re menor que, muy oculto pero distinguible, oficia de anclaje para los numerosos cantos individuales. El viaje por el mar, conforme van pasando las millas marinas, va llegando a su fin y Shanty concluye con los últimos cantos que se van desvaneciendo hasta volver a esa misma levedad inicial.

Del siglo XXI, la Amsterdam Sinfonietta retrocedió al siglo anterior y ofreció una interpretación consumada de la Sonata para orquesta de cuerdas, de William Walton. Desde su propio cuarteto, escrito en el bienio 1945-6, Walton, en 1971, elaboró una sonata para orquesta de cuerdas, retomando la acepción barroca del término, cuando sonata se aplicaba a obras destinadas a cualquier tipo de ensamble, generalmente, en cuatro movimientos. Pero además, recreó, muy sutilmente, el también barroco concerto grosso, una obra en la cual alternaban sus sonoridades el tutti con un grupo de solistas, en este caso, el original cuarteto de cuerdas. En su doble función de consumada violinista y directora, Candida Thompson condujo a la orquesta por los caminos de la perfección. Hubo equilibrio y claridad, balances sonoros impecables, pasajes fugados de una claridad meridiana y la Sonata de Walton fluyó en las mejores manos. Una mención especial para el violista Georgy Kovalev: sus intervenciones como solista fueron de altísima calidad. Los aplausos para la Amsterdam Sinfonietta, al final de la primera parte, fueron intensos y prolongados, un cabal testimonio de que los públicos pueden deleitarse largamente con obras supuestamente ajenas o distantes.

Tras el intervalo, apareció la gran Janine Jansen para maravillar con sus solvencias violinísticas y también para sorprender por una lectura cuanto menos polémica de las celebérrimas y popularísimas Cuatro estaciones vivaldianas. A medida que las décadas y los siglos fueron pasando, la interpretación de la música anterior a 1750 fue sufriendo distintos tipos de lecturas. En el siglo pasado, Las cuatro estaciones podían ser tocadas por orquestas sinfónicas plenas o por orquesta de cámara que leían nota por nota la partitura, en todos los casos, imbuidas por aires y vehemencias románticas. Hace poco más de cincuenta años, aparecieron las corrientes históricamente informadas que apostaron por recrear la música del Barroco ateniéndose a convenciones, normas, instrumentos y prácticas de ejecución de época. Ensambles como I Musici, que vendió millones de copias de Las cuatro estaciones, cayeron derrotados ante el Concentus Musicus Wien, de Nikolaus Harnoncourt; el English Concert, de Trevor Pinnock, o Il Giardino Armónico, de Giovanni Antonini.

Janine Jansen, comandando la Amsterdam Sinfonietta, apostó por una teatralización romántica y pasional de la obra vivaldiana. Sin recatos historicistas de ningún tipo, aplicó vibratos plenos, no aportó coloratura alguna a la partitura e hizo una lectura absolutamente literal; llegó a fortísimos intensos, agregó efectos especiales de pizzicatti con cuerdas rebotadas y alcanzó pasiones dramáticas. El final de El verano, no fue una veraniega tormenta barroca sino un furioso huracán caribeño. La interpretación fue magistral, la cohesión entre solista y orquesta, irreprochable, y la intensidad emocional alcanzada, colosal. Pero la adaptación de Vivaldi a pasiones y volúmenes exagerados es, como mínimo, debatible. ¿Sería aceptable que una soprano wagneriana cante enjundiosamente un aria de Handel? ¿Cómo sería recibida una sonata para piano de Mozart si para su interpretación se aplicaran lecturas propias para la música de Rachmaninov?

Como fuera, lo de Jansen y los neerlandeses en esa lectura tan original fue perfecta de perfección absoluta y la ovación estalló invicta. Sin piezas preparadas para algún fuera de programa, la orquesta y la solista reiteraron el tercer movimiento de El verano. El huracán volvió a arreciar para felicidad de todos los presentes.

LA NACION

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