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Golpe a golpe entre Israel y sus enemigos

Cuando Benjamin Netanyahu empezaba a tener la sensación de que Irán estaba paralizado por la indecisión sobre si responder o no a Israel su seguidilla de demoledores ataques, una lluvia de misiles iraníes se abatió sobre su país, diluyendo la emoción que lo estaba envalentonando a ir por la madre de todos los tentáculos que lo atacan desde Líbano, Siria, Irak, Yemen y Gaza: la teocracia iraní.

El bombardeo fue menor en cantidad que el primer ataque directo de Irán a Israel, realizado en abril, pero esta vez fue lanzado de manera que saturara la defensa antiaérea. Por eso los israelíes y el mundo vieron algo más que lucecitas ascendiendo hasta chocar en el cielo contra otras lucecitas que descendían sobre las ciudades israelíes. Esta vez vieron muchas de las lucecitas descendentes llegar hasta el suelo y generar grandes explosiones.

Sobre los centros urbanos, la Cúpula de Hierro tuvo su acostumbrada efectividad superior al 90%, por lo que los daños en vidas y en infraestructura crucial fueron muchos menos de lo que insinuaba el show de luces voladoras. Pero la sensación que tenía Netanyahu de que la teocracia persa estaba aturdida por sus últimos y demoledores éxitos desapareció de inmediato.

Eso le devolvió el alma al cuerpo a Hezbollah, que ya empezaba a sentirse abandonado por la potencia que la mantiene armada y financiada. El ataque iraní de abril, lanzado como respuesta al bombardeo israelí que destruyó el consulado persa en Damasco y mató al alto mando de la Fuerza Quds, general Mohamed Reza Zahedi, acabó con un silencio de Teherán que empezaba a preocupar a sus proxies.

La inacción que terminó ayer parecía vinculada a que la respuesta israelí al primer ataque iraní fue tan quirúrgica y exitosa sobre los radares que activan las defensas antiaéreas de los centros nucleares de Natanz, Izfahan, Arak y Busherhr, que más que un ataque constituyó un mensaje contundente: hoy destruimos los radares que protegen los centros de actividad nuclear, por lo que pueden deducir que, si así lo decidimos, mañana podemos destruir las centrales atómicas y todos los sitios de desarrollo de vuestro proyecto nuclear.

Por eso la inacción de Irán tras golpes de tanta sofisticación tecnológica y ostentación de calidad en las operaciones de inteligencia, como la detonación masiva y simultánea de beepers y la seguidilla de bombardeos que decapitaron a Hezbollah, incluida la muerte de Hassan Nasrallah, quien lideraba la organización ultraislamista desde 1992, cuando ocupó el cargo de su antecesor, Abbas Mousawi, acribillado desde un helicóptero israelí.

Matar a Nasrallah y diezmar la cúpula terrorista fue una señal de decisión de acabar con Hezbollah. Por eso el silencio de Irán resultó inquietante en los suburbios de Beirut, el valle de la Bekaa y el sur del Líbano, donde se asientan las comunidades chiitas.

Esa incertidumbre terminó con el ataque de ayer, que pone ahora la expectativa sobre la respuesta que dará Netanyahu, quien poco antes había enviado un mensaje al pueblo iraní en el que insinuaba un inminente ataque que destruirá el régimen chiita.

De momento, lo que está a la vista es la lluvia de misiles en el cielo de Israel. Falta ver que quienes siempre repudian, y con razón, los bombardeos israelíes sobre sus vecinos, repudien ahora esta nueva prueba de que esos vecinos también bombardean a Israel. Lo hacen masivamente, de manera regular y apuntando a las ciudades.

Si guardan silencio otra vez, entonces lo que de verdad detestan no son los ataques israelíes sino la Cúpula de Hierro; ese sistema defensivo que le impide al mundo ver en Israel los paisajes de destrucción y muerte que siempre se ven en Gaza, Líbano, Siria y Yemen.

​La Voz

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