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Las “brujas de Bucha”, las mujeres ucranianas que de día son profesoras y por las noches derriban drones rusos

Tan pronto la oscuridad desciende sobre Bucha, ahí salen las brujas, porque es cuando los drones de ataque rusos empiezan a sobrevolar la zona.

Las brujas de Bucha, como se llaman a sí mismas, son una unidad de defensa aérea voluntaria compuesta casi totalmente de mujeres que ahora se encargan de proteger los cielos de Ucrania a medida que más y más hombres son enviados al frente de combate.

También hay más drones para derribar, que Rusia suele lanzar en oleadas para abrumar las defensas ucranianas antes de un ataque con misiles. Los turnos nocturnos les permiten a las mujeres combinar su labor de defensa de su país con sus trabajos diarios de maestras, doctoras y hasta de manicuristas.

Muchas explican que es una manera de sobrellevar la sensación de impotencia que sintieron cuando las fuerzas rusas ocuparon la región en Bucha al inicio de su invasión de gran escala.

Las historias de horror durante esas semanas -incluyendo matanzas, torturas y secuestros- solo empezaron a surgir después de que las fuerzas ucranianas liberaron la región a finales de marzo de 2022.

Ataques aéreos y armas anticuadas

“Tengo 51 años, peso 100 kilos, no puedo correr. Pensé que me mandarían a la porra, ¡pero me reclutaron!”, cuenta Valentyna, una veterinaria que se inscribió con las “mata drones” este verano y ahora se identifica con su nombre de combatiente: Valkiria.

Habla de sus amistades desplegadas al frente y de otros que han muerto en combate como parte de lo que la motivó a asumir este rol.

“Puedo hacer este trabajo. El equipo es pesado, pero las mujeres lo podemos hacer”.

Valentyna tiene la oportunidad de demostrarlo unas horas más tarde cuando se activa una alerta de ataque aéreo en la región.

Su unidad sale rauda de su base en el bosque y seguimos su camioneta en la oscuridad mientras logra llegar en el ajetreado camino hasta la mitad de un campo. El equipo de cuatro integrantes salta afuera y empiezan a montar sus armas.

Las ametralladoras son de otra época: dos Maxim fabricadas en 1939 con cajas de municiones marcadas con las estrellas rojas de la era soviética.

Serhiy, el único hombre del equipo, las tiene que regar con agua de una botella para que no se recalienten. Es lo único que está disponible. Los mejores equipos de Ucrania están en el frente, y el país constantemente les está pidiendo a sus aliados más.

Pero esas armas anticuadas están mantenidas impecablemente y las brujas aseguran haber derribado tres drones desde el verano.

“Mi tarea es estar atenta a los sonidos”, explica Valentyna. “Es un trabajo que da nervios. Pero debemos mantener la concentración, para [poner atención al] más ínfimo ruido”. Su amiga Inna también está en sus 50 y cumple una de sus primeras misiones.

“Da miedo, sí. Pero dar a luz también y eso lo hice tres veces”, dice riéndose, contándome que su pseudónimo es Cherry: “Por mi auto, no por los tomates”.

Es profesora de matemáticas y, de vez en cuando, debe regresar rápido del bosque para dictar una clase. “Guardo mi ropa en el auto. Mis tacones también. Me pongo un poco de lápiz labial, y doy la clase. Luego me subo de nuevo al auto, me cambio de ropa a la vuelta de la esquina y arranco”.

“Los muchachos se han ido, pero aquí estamos. ¿Qué pueden hacer las mujeres ucranianas? Podemos hacer de todo”.

En un punto en el horizonte se ve un rayo de luz de otro grupo que rastrea el cielo en busca de algún peligro sobre su propia zona de patrullaje.

No existen datos públicos del número total de unidades voluntarias, o de cuántas mujeres están involucradas. Pero mientras Rusia envía drones cargados de explosivos casi todas las noches, ayudan a formar un escudo en torno a las poblaciones grandes y las ciudades.

Desde la posición de las brujas en un campo, Yulia rastrea a dos drones en su tableta. Sobrevuelan una región vecina, así que no hay riesgo inminente para Bucha, pero las ametralladoras se mantendrán listas hasta que la alerta pase.

No quedan hombres

El comandante de las voluntarias es un hombre del tamaño de un oso, recién regresado de Pokrovsk, en la región oriental de Donbás, donde los combates son los más intensos. “Es un sinfín de fuegos artificiales”. Así es como Andriy Verlaty describe con una sonrisa la situación allí.

Solía tener unos 200 hombres operando unidades de defensa aérea móvil en la región de Bucha y patrullando durante los toques de queda nocturnos, muchos de ellos no aptos para prestar servicio militar completo.

Luego Ucrania reformó su ley de despliegue militar, por la necesidad urgente de más soldados, y muchos del equipo del coronel de repente fueron aptos para ir al frente.

“El 90% de mis hombres terminó en el ejército y el otro 10% se escondió, escabulléndose como ratas. Casi nos quedamos sin nadie”, expresa el coronel Verlaty sin rodeos.

Tenía una opción: llenar los puestos con hombres menores de edad o reclutar a mujeres.

“Al comienzo parecía una broma: ‘¡Tomemos mujeres!’ Las fuerzas armadas no tenían mucha confianza en ellas. Pero eso realmente ha cambiado”, asegura.

Recuperando el control

Durante los fines de semana, las brujas reciben entrenamiento militar más amplio. El día que las visitamos, su primera lección es en cómo hacer una redada de un edificio. Practican en las ruinas de una granja, apuntando los rifles entre las puertas abiertas antes de entrar lenta y cautelosamente.

Algunas son más hábiles que otras, pero el compromiso y concentración de las mujeres son evidentes, porque sus razones de hacerlo son profundas y personales.

“Recuerdo la ocupación. Recuerdo el horror. Recuerdo los gritos de mi propio hijo”, me relata Valentyna ente cortos suspiros. “Recuerdo los cuerpos, cuando estábamos huyendo”.

Su familia escapó de Bucha dejando atrás tanques quemados, soldados y civiles muertos. En un retén ruso, dice que un soldado los obligó a bajar la ventana del auto y luego apuntó una pistola a la cabeza de su hijo.

Está llena de una furia silenciosa.

También por eso es que Valentyna se niega a dejar de creer en la victoria de Ucrania, a pesar del pesimismo en el que se ha sumido su país después de casi 1.000 días de guerra a gran escala.

“La vida ha cambiado, todos nuestros planes destrozados. Pero estoy aquí para ayudar a acelerar el fin de esta guerra. Como dicen las chicas aquí, no terminará sin nosotras”.

Pisando sobre el vidrio roto y los escombros con sus botas militares, rifle en mano, la oficial a cargo Anya es otra bruja voluntaria. Con 52 años, se siente empoderada con el entrenamiento militar.

“Bajo la ocupación, sentí la absoluta inutilidad de mi existencia. No podía ayudar a nadie, ni defenderme a mí misma. Quería aprender a usar las armas, para poder servir de algo”.

Hay mucho toma y daca con los entrenadores: las mujeres se están divirtiendo. Pero luego, esa noche, en su base en el bosque, una de ellas se abre mucho más y comparte una historia escalofriante.

Cuando Bucha fue tomada, las fuerzas rusas empezaron a ir de casa en casa, violando y asesinando. Un día se difundió el rumor que los soldados rusos vendrían a matar a los niños. “Jamás perdonaré a los rusos la decisión que tomé ese día”, revela esta mujer.

No voy a compartir los detalles que me dijo -sobre la decisión extrema que tomó- sólo que los soldados nunca llegaron y no tuvo que actuar acorde. Pero esta mujer ha estado agobiada por ese momento desde entonces y por un sentido de culpabilidad.

La primera vez que sintió alivio fue cuando empezó a aprender a defenderse, defender a su familia y a su país. “Venir aquí realmente me ha ayudado”, me dice calladamente. “Porque jamás volveré a quedarme sentada como una víctima y estar tan asustada”.

LA NACION

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