Roberto Carlos: un artista “de antes” para el que el tiempo no pasa, y las canciones están por encima de todo lo demás
Roberto Carlos en Buenos Aires. Con banda pop, quinteto de vientos y coros. Lugar: Movistar Arena. Nuestra opinión: muy bueno.
Pasaron décadas y décadas de historia musical aquella “joven guardia” de los años 60 hasta este “rey” maduro, octogenario, de vuelta de todo que, con su traje de un blanco impecable, se ríe con soltura de sí mismo y maneja el escenario a su antojo. Rompió todos los récords del negocio que podrían caberle a un artista latino con cifras que se cuentan por millones y, con sus 83 años intensamente vividos, conserva el entusiasmo de salir de gira -viene de Paraguay y luego de la Argentina lo esperan actuaciones en su país y en México- y hasta de subir a un crucero para hacer shows exclusivos para sus pasajeros. Sonríe y se emociona para un Movistar Arena repleto que, aunque tiene un público mayoritariamente adulto y femenino, deja ver a algunos jóvenes y, por supuesto, unos cuantos señores.
Lo acompaña, como siempre, una banda algo convencional es su estilo, un poco “cafón” -podrían decir en Brasil-, en el que un director sin batuta es además el pianista y el conductor de otros doce músicos, entre caños, batería, guitarras, bajo, teclados y coristas. Un grupo que, también debe decirse, exhibe una solidez profesional a prueba de cualquier cuestionamiento. El concierto es eso, mucho más que un show. Porque Roberto Carlos es un artista “de antes” y tiene marcada a fuego la idea del recital, en el que las canciones, lo que dicen con sus melodías y sus letras, el modo en que se presentan, su manera de cantarlas, están por encima de todo lo demás. Por eso, nadie se distrae con las luces ni con los efectos ni con innecesarios derroches técnicos.
El protagonismo está, sin discusión, en su voz, que se mantiene afinada y fresca y, sobre todo, en un repertorio constituido por una veintena de canciones entre las que, en su amplísima mayoría, podrían ser cantadas -o al menos tarareadas- por cualquiera aun sin recordar a quien pertenecen.
Es que Roberto Carlos Braga Moreira, este señor oriundo del estado de Espíritu Santo, llegado a este mundo en abril de 1941, que ha pasado y resistido una serie de duros desafíos de la vida, está entre los más grandes productores de hits de la música popular del siglo XX. Y muchas de esas canciones conservan una vigencia que no puede discutirse.
Por supuesto que, en esa enorme producción, hay momentos altísimos y lo que pasó en el estadio de Villa Crespo dio buena parte de eso. Piezas como “Emociones”, “Qué será de ti”, “Detalles”, “Desahogo”, “Propuesta”, “Cóncavo y convexo”, “La distancia” o “Amada amante” merecerían estar, con creces, en cualquier antología del cancionero popular de nuestro continente. No solamente por la gran repercusión que han tenido a lo largo del tiempo sino por su construcción, el ensamble perfecto entre melodía y texto, su claridad de mensaje y, algo menos asequible con palabras técnicas, su belleza. Pero en su concierto argentino no faltaron otros grandes hits como “Cama y mesa”, “Lady Laura” -la que dedicara alguna vez a su madre-, “Mujer pequeña”, “Calhambeque” -quizá su momento más rockero de la noche-, “Ese tipo soy yo”, “Amigo”, “El gato en la oscuridad”, “Jesús Cristo” -que fue el cierre formal del espectáculo y el que levantó a todo el público de sus asientos- o “Un millón de amigos” que, claro, convirtió al Movistar Arena en un gran coro multitudinario. Y no faltaron los “covers”, con “Solamente una vez” y con una personal y muy lograda versión de “El día que me quieras” de Carlos Gardel, a quien reconoció como a un genio.
Por esas cosas del mercado -un territorio en el que el brasileño se mueve como pez en el agua- y de la gran repercusión que ha tenido en la Argentina y en otros países de habla hispana desde sus comienzos, Roberto Carlos se ha acostumbrado a cantar aquí casi exclusivamente en nuestro idioma. Apenas se permitió esta vez unas pequeñas escapaditas en versiones bilingües para “Detalhes” y “A distancia”. Se puede entender desde la mejor comprensión para la mayoría de la gente y es obvio que sus composiciones, una buena parte de ellas escritas en parcería con Erasmo Carlos, pierden algo en la traducción. Poniéndonos muy puristas entonces, eso y algunos problemas de sonido con su micrófono que se fueron corrigiendo con el correr de las canciones, serían las únicas cosas que podrían criticársele a este señor al que el tiempo no le pasa y al que la mayor parte de sus canciones lo sobrevivirán por muchísimas décadas, o algo más.
LA NACION