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Una efeméride peronista teñida de claroscuros

Al pie de la escalerilla del “chárter” de Alitalia José Ignacio Rucci lucha con su menor estatura para proteger de la lluvia a Juan Domingo Perón, quien acaba de pisar suelo argentino tras 17 años de exilio.

No hay en la Argentina un paraguas más famoso que “el paraguas de Rucci”. En realidad, lo famoso es “la foto del paraguas”, ícono inconfundible del regreso del general en 1972 al país. Pero resulta que el paraguas de Rucci no era de Rucci. Pertenecía a Giancarlo Elia Valori, quien se lo había suministrado al líder de la CGT apenas segundos antes. Dato que no aminora la tremenda carga simbólica de la foto sino que la multiplica. Porque el ubicuo Valori, quien a diferencia de Rucci sí venía de Roma en el avión de Perón (más precisamente en un asiento de primera clase, a poca distancia del general), era el representante de Propaganda Due, la logia masónica que bajo las órdenes del maestro venerable Licio Gelli tuvo un papel determinante en la organización del retorno, al que en parte financió.

El paraguas protector, pues, procedía de la P-2, logia vinculada con la CIA. A la CIA, ahora se sabe, le interesaba que Perón funcionara en el Cono Sur como un antídoto de la vía electoral al socialismo que ensayaba en Chile el médico Salvador Allende. Detalles y patrocinios que no hay que esperar que se vayan a mencionar hoy, por cierto, en los homenajes por el 52° aniversario de aquel histórico día, entre ellos el acto que hará Cristina Kirchner en Santiago del Estero.

No debe haber efemérides partidarias tan abarrotadas de claroscuros como el 17 de noviembre, “el otro 17″, al que se suele evocar en forma parcelada según las necesidades políticas del evocador. Esas necesidades encima mutan. Basta ver que 2024 trae la novedad de que el PJ Nacional y el PJ provincial están presididos por Cristina Kirchner y por su hijo Máximo. Ella, que siempre de definió “evitista” y “antipejotista”, cursa desde hace poco un período de revalorización de la figura Perón, algo seguramente vinculado con su nuevo cargo.

Juan Domingo Perón

Pero más allá de las preferencias por Evita o por Perón que en los setenta plantearon una supuesta diferenciación ideológica simbolizada en el slogan “si Evita viviera sería montonera”, el pasado peronista seguirá lacrado. No hay indicios de que el peronismo tenga interés en revisar seriamente qué salió mal en los setenta. O siquiera que diga que los setenta salieron mal. Al contrario, cada tanto la dirigencia suelta un ardoroso elogio al pacto social apadrinado por Perón en 1973 (sin mencionar, por cierto, el Rodrigazo posterior), como si eso hubiera sido todo. Jamás se analiza críticamente lo que inauguró el retorno de Perón, lo que sucedió después, por qué fracasó el líder con la meta explícita de pacificar el país, qué responsabilidad le cupo cuando, a sabiendas de que le quedaba poco tiempo de vida, armó la fórmula Perón-Perón y dijo que su heredero era el pueblo pero le dejó todo el desaguisado a su tercera esposa.

O bien, cómo fue que algunos pasajeros de ese avión en el que el peronismo se representó a sí mismo (y que incluyó a todos los presidentes peronistas del siglo XX: Perón, Isabel, Cámpora, Lastiri y Menem) terminaron asesinándose unos a otros. Sólo un par de ejemplos: al sindicalista Rogelio Coria lo mataron los Montoneros en un ascensor, de ocho balazos. Ese grupo ocupaba -sin nombres conocidos públicamente- siete asientos en clase turista. A los pasajeros Rodolfo Ortega Peña y Carlos Mugica los acribilló la Triple A conducida por López Rega, quien viajaba en primera clase. En mi libro “El avión” publiqué por primera vez la lista completa del chárter, incluida una decena de amigos de Perón, varios de ellos ex fascistas, que subieron en Roma y que nunca habían sido mencionados. También los nombres de los siete montoneros, entre ellos Horacio Pietragalla, padre de Horacio Pietragalla Corti, secretario de Derechos Humanos de Alberto Fernández.

Al retorno de Perón, un suceso de extraordinaria importancia histórica, oficialmente el peronismo lo llama “Día de la Militancia”. Como los hechos sucedieron hace más de medio siglo y como el relato generalmente se contornea para dulcificar las partes que son difíciles de explicar, mucha gente confunde ese primer retorno de Perón, el del DC-8 de Alitalia, el chárter, con el segundo, el del 20 de junio de 1973 en el Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas con el que lo fue a buscar a Madrid el presidente Héctor Cámpora. En 1973 ya no había una dictadura, gobernaba el peronismo. Se produjo entonces la Masacre de Ezeiza.

El matrimonio Perón, de regreso en Madrid, luego de su primer retorno a la Argentina, en 1972

Quien rebautizó al 17 de noviembre como “Día de la Militancia” fue el empresario papelero y actual dueño de Telecentro Alberto Pierri, que se retiró de la política después de presidir la Cámara de Diputados durante las dos presidencias de Menem. Una doble paradoja, porque el menemismo no se distinguió por venerar a la militancia. Fue su antagonista interno, el kirchnerismo, el que basó en la resignificación de la militancia una reelaboración laudatoria, totalmente acrítica, de los setenta. Con la nomenclatura de Pierri el actor central del retorno pasó a ser un actor de reparto.

Tampoco debería subestimarse lo que sucedió aquel día en las calles: hubo una espontánea movilización casi sin aparato, sin colectivos, sin choripanes, protagonizada por jóvenes recién llegados a la política, que se montó sobre una inmensa ilusión colectiva y que sorprendió por su dimensión. Con el tiempo se entendió que aquello había sido un bautismo generacional. Muchos de esos jóvenes que se empaparon, embarraron y se enfrentaron en medio de una fuerte tensión cara a cara con policías y militares (había 35 mil efectivos desplegados) serían los protagonistas de las organizaciones radicalizadas de los años venideros. No conocían a Perón pero le atribuían las virtudes de un revolucionario capaz de conducirlos a la liberación nacional y de allí a la patria socialista.

El 17 de noviembre de 1972, un viernes al que la lluvia torrencial desaconsejaba decirle “día peronista”, Juan Domingo Perón volvía al país tras 17 años de exilio acompañado por un total de 146 dirigentes peronistas, sindicalistas, actores, leyendas del deporte, escritores, militares y curas.

La arquitecta y modelo Chunchuna Villafañe fue probablemente la figura más conocida, aunque también hubo convocados que pasaron fuera de la vista del público, como el comandante de gendarmería Guillermo Solveyra Casares, quien había sido director de información política de la SIDE, más conocido como el creador de la picana eléctrica portátil.

Juan Domingo Perón y Cristina Kirchner

La llegada a Ezeiza fue muy tensa debido al hostil despliegue de tropas y a la confusión que exhibió la dictadura respecto de qué hacer con Perón, cuyo rechazo a la idea de mantener una reunión con Lanusse irritó a los militares. Perón quedó retenido en la habitación 113 del Gran Hotel Internacional, que estaba tomado por la Fuerza Aérea y por la policía. Finalmente, en el amanecer del sábado 18, Perón, Isabel Perón y López Rega, a bordo de un Fairlane negro tomaron la autopista Richieri rumbo a Vicente López, seguidos por una caravana de treinta autos. La mayoría de los argentinos dormía. En Vicente López la casa de Gaspar Campos, donde Perón se quedaría 28 días, lo aguardaba con un intenso operativo policial diez manzanas a la redonda.

La movilización de quienes intentaron llegar a Ezeiza incluyó algunas escaramuzas y gases lacrimógenos pero no se produjo ninguna muerte ni heridos graves. Eso no fue casual: en las semanas previas había habido acuerdos de los negociadores de Perón y de Lanusse (en especial Juan Manuel Abal Medina y el general Sánchez de Bustamante), bajo la convicción de que a nadie le convenía que hubiera desbordes. Fue un día no exento de cosas excepciobnales: a la par que la CGT decretó un paro, el gobierno militar dispuso que fuera feriado nacional.

El país se estaba peronizando. Cada sector esperaba de Perón lo que deseaba. A los peronistas clásicos Perón les repondría los tiempos felices. Al sindicalismo le iba a desmalezar el Movimiento sacando infiltrados y traidores. A la clase media le daría la pacificación nacional, de la que sería el garante. Nada de eso fue exactamente lo que en realidad sucedió después.

LA NACION

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