“No me veo”. Estudia para ser escribana, pero tiene decidido que su vida pase en otro lugar que fundó a los 22 años
Su “lugarcito”, su refugio, el ámbito en donde todo cobra sentido. Para Caacu Moronta, de 22 años, el campo de su padre en Mendoza no es solo un espacio físico. Es el sitio donde se conecta con su familia, con sus raíces, con su verdadera pasión: las vacas y la naturaleza. A tan solo 20 kilómetros del pueblo de San Carlos, este establecimiento, que ha sido testigo de toda su vida, se convirtió en el escenario donde, además este año, pudo concretar uno de sus grandes sueños: fundar su propia cabaña.
La tradición familiar en la ganadería viene de generaciones. Su abuelo y su padre siempre tuvieron animales, pero fue Caacu quien decidió dar un paso más allá. “Este año le dije a mi papá: ‘Dejame encargarme de los papeles y de los animales’, y así pude armar la cabaña”, cuenta con una sonrisa. Así nació, en marzo pasado, Cabaña Caacupé, donde comenzó a criar Angus Colorado, de pedigree puro y con un control exhaustivo.
Cada palabra que Caacu dedica al campo refleja la pasión que siente por la actividad y cómo esta crece cada vez más. No solo se encarga de su cabaña y trabaja junto con su familia en la empresa de servicios agropecuarios, sino que desde 2022 también se ha involucrado en el ámbito gremial, y hoy es vicepresidenta del Ateneo de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA).
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El campo que la vio crecer está en el departamento de San Carlos, Mendoza, en un predio ubicado en El Cepillo. Allí, además de la ganadería, también se realizan cultivos de papa, girasol, maíz, alfalfa y zanahoria. Aunque sus dos hermanos, Juan Martin y Lautaro, se dedican a la empresa agrícola familiar, ellos no comparten su amor por las vacas, lo que hace que este proyecto sea aún más especial para ella. “Es como un lugarcito mío, que comparto con mi papá”, cuenta. Es mirando a él, su padre Enrique, de quien más aprende. “Me explica y me enseña muchísimo”, remarca.
Tras terminar el colegio, Caacu atravesó una etapa de incertidumbre. No sabía qué camino tomar. Inicialmente decidió estudiar escribanía, pero pronto se dio cuenta de que no era lo que realmente quería. “Los primeros años los cursé desde casa, pero en 2022 tuve que mudarme a la ciudad y no me sentía cómoda. Quería volverme todo el tiempo al campo”, recuerda.
Aunque está a solo unas materias de terminar la carrera, sabe que no será su vocación a largo plazo. “Voy a terminarla porque ya no me queda nada, pero no es a lo que me voy a dedicar toda la vida. No me veo sentada en una oficina cuando lo que me gusta está en el campo”, afirma.
Decidió inscribirse en una tecnicatura del terciario local para especializarse en lo que realmente le apasiona. “No me veo haciendo otra cosa. Es algo que me apasiona”, señala. Además, hace poco, completó una diplomatura en Políticas Públicas Agropecuarias en la Universidad Católica Argentina (UCA), lanzada por Fundación CRA en colaboración con CRA. “El aprendizaje es constante”, afirma.
Hace dos años, Caacu encontró una forma de devolver algo al sector que tanto quiere y ama gracias a su involucramiento en el gremialismo. En 2021 un joven la contactó para preguntarle si conocía el mundo gremial. Aunque su padre ya era socio de la Sociedad Rural local, nunca había estado vinculada a esa actividad. Sin embargo, su curiosidad la llevó a involucrarse. Junto con otros jóvenes, como Ludmila Calabrigo, Alejandra y José Daniel Moronta (primos), Milagros Castillo y Rubén De Angeli, fundaron el Ateneo del Valle de Uco. En marzo de este año, Caacu asumió la vicepresidencia del Ateneo de CRA. “El campo es una pasión para mí. Involucrarme en el Ateneo fue una oportunidad para aprender. Las capacitaciones me han dado herramientas para formar una opinión propia y ayudar al sector”, detalla.
“Lo que más me gusta del campo es lo que representa para mi familia: haber tenido a mis abuelos y mis tíos trabajando en lo mismo, quienes nos inculcaron el amor por el trabajo. Además, el campo enseña muchas otras cosas, como la responsabilidad y valores que se aprenden ahí”, reflexiona la productora.
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En su vida todo está conectado: su amor por las vacas, la tierra, su familia y su involucramiento en el gremialismo. “No me veo haciendo otra cosa, es algo que me apasiona. Si mi papá me pide hacer algo con las vacas, lo hago con la mejor de las sonrisas porque es algo que me llena de alegría”, dice.
LA NACION