«LA MUJER QUE HORNEABA PAN ECOLÓGICO PARA QUIENES COMÍAN DE LA BASURA”
Su nombre era Ángela Estrada. Cada madrugada, cuando la ciudad aún dormía, ella encendía su horno pequeño y amasaba pan.
No lo hacía para vender. No lo hacía para su familia. Horneaba pan para la gente que rebuscaba entre los cubos de basura.
Decía:—No puedo cambiar el mundo, pero puedo cambiar una mañana. El pan que hacía era sencillo: harina integral, semillas, un poco de miel cuando había.Lo envolvía en servilletas de tela que ella misma lavaba y remendaba.
A las seis en punto, salía con su canasta y recorría las calles donde sabía que dormían los olvidados. No preguntaba nombres, solo dejaba el pan al lado de las mantas viejas, en las esquinas donde el cartón hacía de colchón.
A veces decía en voz baja:—No es limosna, es desayuno. Cuando alguien le preguntaba por qué lo hacía, Ángela respondía: El estómago de un pobre también merece pan caliente, no sólo sobras frías.
La gente del barrio comenzó a imitarla, unos cocinaban arroz, otros llevaban fruta, pero Ángela nunca dejó de hornear. Decía que el pan recién hecho es una manera de decirle al otro:“No te estoy dando lo que me sobra. Te estoy dando lo que acabo de hacer para ti.”
El día que murió, en su horno aún quedaba masa sin terminar y en su mesa había una nota escrita con letra temblorosa: “El pan más sano no es el que alimenta el cuerpo, sino el que despierta la dignidad.”