INTERNACIONALES

Conflicto Israel-Gaza: por qué es tan difícil lograr un acuerdo de paz duradero

Israel se prepara para lanzar una nueva ofensiva en la ciudad de Gaza, un territorio devastado por la guerra y castigado por la hambruna. Pese a los repetidos llamados de la comunidad internacional, de casi todos los palestinos y de una parte significativa de la sociedad israelí, el conflicto parece no tener un desenlace cercano. Tal como expone Joseph Krauss, analista de Associated Press, la pregunta que domina las discusiones globales es por qué, casi dos años después del ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, el enfrentamiento sigue escalando en lugar de encontrar una salida política.

Uno de los principales obstáculos para el alto el fuego es el propio primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Como destaca Krauss, amplios sectores de la población israelí se movilizan de manera constante en protestas masivas exigiendo un acuerdo que permita traer de vuelta a los rehenes. Sin embargo, la coalición gobernante depende de partidos de extrema derecha que no solo reclaman la derrota total del Movimiento de Resistencia Islámica, sino que además impulsan la reubicación de palestinos en terceros países y la reconstrucción de asentamientos israelíes desmantelados en 2005.

Netanyahu enfrenta una encrucijada personal: poner fin a la guerra podría costarle el poder y dejarlo expuesto a las causas judiciales por corrupción y a investigaciones sobre las fallas en la seguridad que permitieron el ataque de Hamas en 2023. Según Krauss, esa vulnerabilidad política explica por qué el mandatario insiste en que la guerra debe continuar hasta derrotar a Hamas y recuperar a todos los rehenes. Sus opositores lo acusan de prolongar deliberadamente la contienda para sostener su permanencia en el cargo.

Resistencia armada

El otro actor central en el conflicto bélico es Hamas, que ha dejado claro que no aceptará rendirse ni deponer las armas. El grupo yihadista asegura estar dispuesto a liberar a los rehenes restantes a cambio de un cese duradero de las hostilidades, la liberación de prisioneros palestinos y la retirada de las tropas israelíes. También se mostró dispuesto a entregar el poder a otros actores palestinos, aunque sin renunciar al componente militar.

Para Hamas, aceptar el desarme sería equivalente a condenar a los palestinos a la indefensión frente al control militar israelí y la expansión de asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este. Krauss recuerda que la historia reciente refuerza esa postura: cuando la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se exilió en Túnez en 1982 tras la invasión israelí al Líbano, Hamas emergió poco después como nuevo actor armado en Gaza. Ese antecedente hace pensar que, incluso si la organización militarizada palestina se retirara, otros grupos podrían ocupar rápidamente su lugar bajo la bandera de la resistencia.

El papel de Washington también es determinante. El presidente Donald Trump dijo en varias ocasiones que desea el fin de la guerra y la liberación de los rehenes. No obstante, su enviado especial, Steve Witkoff, se retiró de las negociaciones el mes pasado y acusó a Hamas de intransigencia. Desde entonces, no se han visto presiones públicas de la Casa Blanca hacia Israel para modificar su estrategia militar.

Contrasentido

Joseph Krauss subraya la paradoja: en junio, Trump intervino directamente para frenar un ataque israelí contra Irán, demostrando la enorme capacidad de presión estadounidense sobre Netanyahu. Pero esa misma influencia no se ha ejercido con la guerra en Gaza. Por el contrario, Washington mantiene un apoyo sólido a Tel Aviv, enviando miles de millones de dólares en armas, bloqueando llamados de la ONU a un alto el fuego, e incluso sancionando a jueces internacionales que investigan a funcionarios israelíes.

Otros países aliados de Occidente piden el fin del conflicto, pero su voz carece del peso suficiente para cambiar el rumbo. Solo un eventual repliegue del respaldo estadounidense podría obligar a Netanyahu a ceder en sus demandas, aunque no hay señales de que eso esté cerca de ocurrir.

El resultado, a partir de la distribución de la fichas en el tablero bélico, es un callejón sin salida: un liderazgo israelí que teme perder poder si negocia, un Hamas decidido a mantener la resistencia armada y un aliado clave, Estados Unidos, que no ejerce la presión suficiente para forzar un acuerdo. Mientras tanto, la población civil en Gaza enfrenta condiciones extremas, atrapada entre los bombardeos, la escasez de alimentos y la falta de perspectivas de reconstrucción.

Como concluye Krauss, la guerra en Gaza sigue sin un final a la vista porque cada uno de los actores principales percibe que ceder significaría una derrota existencial. Netanyahu arriesga su carrera política y su libertad; Hamas, la aspiración nacional palestina, y Estados Unidos, su credibilidad como aliado. La paz, en ese contexto, parece más lejana que nunca.

​Israel se prepara para lanzar una nueva ofensiva en la ciudad de Gaza, un territorio devastado por la guerra y castigado por la hambruna. Pese a los repetidos llamados de la comunidad internacional, de casi todos los palestinos y de una parte significativa de la sociedad israelí, el conflicto parece no tener un desenlace cercano. Tal como expone Joseph Krauss, analista de Associated Press, la pregunta que domina las discusiones globales es por qué, casi dos años después del ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, el enfrentamiento sigue escalando en lugar de encontrar una salida política.Uno de los principales obstáculos para el alto el fuego es el propio primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Como destaca Krauss, amplios sectores de la población israelí se movilizan de manera constante en protestas masivas exigiendo un acuerdo que permita traer de vuelta a los rehenes. Sin embargo, la coalición gobernante depende de partidos de extrema derecha que no solo reclaman la derrota total del Movimiento de Resistencia Islámica, sino que además impulsan la reubicación de palestinos en terceros países y la reconstrucción de asentamientos israelíes desmantelados en 2005.Netanyahu enfrenta una encrucijada personal: poner fin a la guerra podría costarle el poder y dejarlo expuesto a las causas judiciales por corrupción y a investigaciones sobre las fallas en la seguridad que permitieron el ataque de Hamas en 2023. Según Krauss, esa vulnerabilidad política explica por qué el mandatario insiste en que la guerra debe continuar hasta derrotar a Hamas y recuperar a todos los rehenes. Sus opositores lo acusan de prolongar deliberadamente la contienda para sostener su permanencia en el cargo.Resistencia armadaEl otro actor central en el conflicto bélico es Hamas, que ha dejado claro que no aceptará rendirse ni deponer las armas. El grupo yihadista asegura estar dispuesto a liberar a los rehenes restantes a cambio de un cese duradero de las hostilidades, la liberación de prisioneros palestinos y la retirada de las tropas israelíes. También se mostró dispuesto a entregar el poder a otros actores palestinos, aunque sin renunciar al componente militar.Para Hamas, aceptar el desarme sería equivalente a condenar a los palestinos a la indefensión frente al control militar israelí y la expansión de asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este. Krauss recuerda que la historia reciente refuerza esa postura: cuando la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se exilió en Túnez en 1982 tras la invasión israelí al Líbano, Hamas emergió poco después como nuevo actor armado en Gaza. Ese antecedente hace pensar que, incluso si la organización militarizada palestina se retirara, otros grupos podrían ocupar rápidamente su lugar bajo la bandera de la resistencia.El papel de Washington también es determinante. El presidente Donald Trump dijo en varias ocasiones que desea el fin de la guerra y la liberación de los rehenes. No obstante, su enviado especial, Steve Witkoff, se retiró de las negociaciones el mes pasado y acusó a Hamas de intransigencia. Desde entonces, no se han visto presiones públicas de la Casa Blanca hacia Israel para modificar su estrategia militar.ContrasentidoJoseph Krauss subraya la paradoja: en junio, Trump intervino directamente para frenar un ataque israelí contra Irán, demostrando la enorme capacidad de presión estadounidense sobre Netanyahu. Pero esa misma influencia no se ha ejercido con la guerra en Gaza. Por el contrario, Washington mantiene un apoyo sólido a Tel Aviv, enviando miles de millones de dólares en armas, bloqueando llamados de la ONU a un alto el fuego, e incluso sancionando a jueces internacionales que investigan a funcionarios israelíes.Otros países aliados de Occidente piden el fin del conflicto, pero su voz carece del peso suficiente para cambiar el rumbo. Solo un eventual repliegue del respaldo estadounidense podría obligar a Netanyahu a ceder en sus demandas, aunque no hay señales de que eso esté cerca de ocurrir.El resultado, a partir de la distribución de la fichas en el tablero bélico, es un callejón sin salida: un liderazgo israelí que teme perder poder si negocia, un Hamas decidido a mantener la resistencia armada y un aliado clave, Estados Unidos, que no ejerce la presión suficiente para forzar un acuerdo. Mientras tanto, la población civil en Gaza enfrenta condiciones extremas, atrapada entre los bombardeos, la escasez de alimentos y la falta de perspectivas de reconstrucción.Como concluye Krauss, la guerra en Gaza sigue sin un final a la vista porque cada uno de los actores principales percibe que ceder significaría una derrota existencial. Netanyahu arriesga su carrera política y su libertad; Hamas, la aspiración nacional palestina, y Estados Unidos, su credibilidad como aliado. La paz, en ese contexto, parece más lejana que nunca.  La Voz