Orden mundial en crisis: las instituciones de posguerra, contra las cuerdas
En 1945 terminaba la Segunda Guerra Mundial y el mundo estaba en ruinas. Lo único que quería la gente era paz. Volver a vivir sin que el conflicto armado fuera parte de su vida cotidiana, como había sucedido durante más de 5 años.
Atrás quedaba la destrucción de ciudades, la aniquilación de millones de personas, las secuelas de enfrentamientos que provocaron, en el mejor de los casos, traumas irreparables.
En ese contexto, representantes de 50 países se reunieron en abril de 1945 en la ciudad estadounidense de San Francisco.
Allí se dedicaron a redactar la Carta de la ONU (Organización de Naciones Unidas) con la que el 24 de octubre de ese año empezó a existir esta organización internacional.
Firmaron todos: desde Estados Unidos hasta la entonces Unión Soviética. Desde Francia hasta China. El objetivo principal: “Mantener la paz y la seguridad internacionales y, con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz”.
En problemas
Al cumplir sus 80 años de vida, la ONU se halla inmersa desde hace tiempo en un debate que pone bajo la lupa su fracaso para, en especial, mantener la paz.
Muchos se preguntan si eso tiene que ver con su funcionamiento o si más bien es, en todo caso, un reflejo del fracaso de los países y de la sociedad mundial para evitar la barbarie y el instinto violento de la humanidad.
En todo caso, las críticas trascienden a esta organización y se amplían a todo el sistema de multilateralidad formado por las instituciones transnacionales a mediados del siglo 20.
Populismos y bloques
Desde su nacimiento en las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, las grandes instituciones internacionales que siguieron a la ONU -como la Otan, la OMS, la Unesco o el Tribunal Penal Internacional- simbolizaron durante décadas el esfuerzo por sostener un orden global basado en el multilateralismo, la cooperación y la legalidad internacional.
Sin embargo, la crisis de legitimidad y eficacia que atraviesan pone en jaque su futuro. La llegada de Donald Trump al poder en 2016, con su agresivo nacionalismo y desdén por las estructuras multilaterales, actuó como catalizador de tensiones ya existentes.
Con su regreso al poder en 2025, esta situación se profundizó. Pero no se trata sólo de Trump.
El ascenso del discurso nacionalista encarnó también en líderes populistas de derecha como Jair Bolsonaro en Brasil, Giorgia Meloni en Italia, Marine Le Pen en Francia o Nigel Farage en Reino Unido -incluido Javier Milei en Argentina-, quienes cuestionan la efectividad o legitimidad de los acuerdos internacionales.
Esta tendencia reavivó la desconfianza hacia los organismos internacionales.
Acusadas de ineficientes, costosas y ajenas a las prioridades nacionales, muchas instituciones enfrentan hoy una creciente desconexión con las sociedades que debieran representar. A esto se suma el avance de potencias como China y Rusia, que promueven modelos alternativos al orden liberal occidental.
Por su parte, la ONU, que nació para garantizar la paz mundial, se ve cada vez más limitada por la dinámica del veto en el Consejo de Seguridad. Las grandes potencias bloquean mutuamente cualquier resolución que afecte sus intereses.
Así, la ONU ha sido incapaz de actuar con firmeza frente a conflictos como los de Ucrania, Gaza, Siria o Sudán.
Mientras tanto, la demanda de una reforma profunda del Consejo de Seguridad -reclamada por países del sur global- sigue sin avances.
El retiro total de EE.UU.
Algo similar ocurre con la Otan (Organización del Tratado del Atlántico Norte), creada en su momento para disuadir a la Unión Soviética, que es severamente cuestionada por Trump, quien denunció que los países europeos no aportaban lo suficiente al presupuesto común.
Esto hizo que la Unión Europea tuviera que redirigir gran parte de su presupuesto hacia la carrera armamentista, ante el retiro de EE.UU.
Aunque la guerra en Ucrania revitalizó parcialmente el rol de la Otan, subsisten tensiones sobre el alcance de sus misiones y su expansión.
Además, el nuevo escenario multipolar impone desafíos muy distintos a los que le dieron origen: ciberseguridad, inteligencia artificial y terrorismo global, entre otros.
Otra organización cuestionada es la OMS (Organización Mundial de la Salud). La pandemia de Covid-19 expuso como nunca antes sus debilidades.
Su supuesta demora en advertir sobre el brote en China y su dependencia financiera de los grandes donantes motivaron duras críticas. La OMS también quedó en deuda en la distribución equitativa de vacunas, revelando las desigualdades del sistema de salud global.
La salida de EE.UU. complica todo el funcionamiento del organismo. Algunas de las críticas de Trump fueron que la OMS fracasó en adoptar reformas urgentes, que implementa cuotas exageradas, la catalogó como una organización con mala gestión y remarcó su dependencia financiera de Estados Unidos.
Ante este panorama, la entidad transita un fuerte ajuste, además de un replanteo de su misión y objetivos.
Una situación parecida se da con la Cruz Roja internacional. Históricamente considerada un actor neutral y humanitario, enfrenta hoy enormes dificultades para operar en zonas de conflicto.
Desde ataques deliberados a su personal hasta trabas burocráticas para ingresar a territorios devastados, su eficacia fue seriamente reducida.
Además, la creciente competencia entre ONG y la politización de la ayuda internacional debilitan su reputación de imparcialidad.
China en el horizonte
Otro organismo que Trump abandonó es la Unesco (Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), que además enfrenta grandes dificultades para incidir en los grandes debates actuales sobre educación, patrimonio digital o derechos culturales en contextos de guerra.
China criticó la decisión de Estados Unidos de volver a retirarse y comunicó que “no es el comportamiento que se espera de una gran potencia responsable”.
“Con motivo del 80º aniversario del establecimiento de la ONU, pedimos a todos los países que reafirmen su compromiso con el multilateralismo y que apoyen el sistema internacional centrado en la ONU con acciones concretas”, dijo hace poco el vocero del Ministerio de Exteriores de China, Guo Jiakun.
Pero si bien no rechaza el multilateralismo, China critica el modelo multilateral liderado por Occidente. Su “diplomacia de gran potencia” enfatiza la soberanía nacional y la desconfianza hacia normas impuestas desde afuera.
Impulsa iniciativas como el grupo denominado CRINK (compuesto también por países como Rusia, Irán, Corea del Norte, Turquía) que busca consolidar un “orden multipolar” que limite la influencia de EE. UU.
Sin Justicia global
En relación a la idea de una justicia universal y global, el Tribunal Penal Internacional (TPI) fue creado para juzgar crímenes de guerra y lesa humanidad. Pero su accionar es cuestionado por su falta de universalidad.
EE.UU., China y Rusia no reconocen su jurisdicción. Además, fue acusado de centrarse casi exclusivamente en África.
La reciente orden de arresto contra Vladimir Putin por la guerra en Ucrania evidencia otra limitación permanente: la imposibilidad de ejecutar decisiones sin la cooperación estatal.
Mientras todas esas instituciones del orden liberal crujen, surgen alternativas: el grupo Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) se propone como contrapeso al G7, y China promueve bancos de desarrollo regionales como el AIIB (Banco Asiático de Inversión en Infraestructura).
Las monedas digitales estatales, los acuerdos bilaterales en lugar de tratados multilaterales -como los que está llevando a cabo Trump por los aranceles con cada país- y las alianzas emergentes en África y Asia marcan un corrimiento del centro de gravedad global. Y a la vez, eleva la tensión entre los bloques.
Una de las patas flojas más difíciles de arreglar es que muchas organizaciones internacionales dependen de contribuciones voluntarias de los Estados, lo que las hace vulnerables al chantaje financiero.
En paralelo, aumenta la participación de fundaciones privadas, lo que plantea interrogantes sobre la autonomía técnica de entidades como la OMS, la FAO o Unicef frente a intereses empresariales.
Un futuro incierto
En síntesis, las organizaciones responden a sus críticos con un argumento similar: el fracaso del orden global es la sumatoria de las responsabilidades de todos los países que las componen.
Lo cierto es que la incapacidad -o, la menos, las grandes dificultades- del sistema multilateral para enfrentar los desafíos actuales es tal vez el síntoma más grave de su crisis.
El cambio climático avanza pese a los compromisos firmados. La inteligencia artificial carece de una regulación global efectiva. Las campañas de desinformación erosionan democracias sin que haya mecanismos de control transnacionales. Y la migración forzada crece en un mundo cada vez más cerrado, con todas las consecuencias políticas, sociales y humanitarias que se desprenden de este fenómeno.
La fragilidad de las instituciones creadas en 1945 abre preguntas urgentes: ¿Es posible reformularlas o deben ser reemplazadas? ¿Quién las reemplazaría? ¿Qué actores emergen en esta disputa?
En medio de la incertidumbre, una cosa parece clara: el mundo ya no gira en torno a las reglas que regían tras la Segunda Guerra. Y las respuestas a los desafíos del siglo 21, por ahora, siguen pendientes.
En 1945 terminaba la Segunda Guerra Mundial y el mundo estaba en ruinas. Lo único que quería la gente era paz. Volver a vivir sin que el conflicto armado fuera parte de su vida cotidiana, como había sucedido durante más de 5 años. Atrás quedaba la destrucción de ciudades, la aniquilación de millones de personas, las secuelas de enfrentamientos que provocaron, en el mejor de los casos, traumas irreparables.En ese contexto, representantes de 50 países se reunieron en abril de 1945 en la ciudad estadounidense de San Francisco. Allí se dedicaron a redactar la Carta de la ONU (Organización de Naciones Unidas) con la que el 24 de octubre de ese año empezó a existir esta organización internacional.Firmaron todos: desde Estados Unidos hasta la entonces Unión Soviética. Desde Francia hasta China. El objetivo principal: “Mantener la paz y la seguridad internacionales y, con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz”.En problemasAl cumplir sus 80 años de vida, la ONU se halla inmersa desde hace tiempo en un debate que pone bajo la lupa su fracaso para, en especial, mantener la paz. Muchos se preguntan si eso tiene que ver con su funcionamiento o si más bien es, en todo caso, un reflejo del fracaso de los países y de la sociedad mundial para evitar la barbarie y el instinto violento de la humanidad.En todo caso, las críticas trascienden a esta organización y se amplían a todo el sistema de multilateralidad formado por las instituciones transnacionales a mediados del siglo 20.Populismos y bloquesDesde su nacimiento en las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, las grandes instituciones internacionales que siguieron a la ONU -como la Otan, la OMS, la Unesco o el Tribunal Penal Internacional- simbolizaron durante décadas el esfuerzo por sostener un orden global basado en el multilateralismo, la cooperación y la legalidad internacional. Sin embargo, la crisis de legitimidad y eficacia que atraviesan pone en jaque su futuro. La llegada de Donald Trump al poder en 2016, con su agresivo nacionalismo y desdén por las estructuras multilaterales, actuó como catalizador de tensiones ya existentes. Con su regreso al poder en 2025, esta situación se profundizó. Pero no se trata sólo de Trump.El ascenso del discurso nacionalista encarnó también en líderes populistas de derecha como Jair Bolsonaro en Brasil, Giorgia Meloni en Italia, Marine Le Pen en Francia o Nigel Farage en Reino Unido -incluido Javier Milei en Argentina-, quienes cuestionan la efectividad o legitimidad de los acuerdos internacionales.Esta tendencia reavivó la desconfianza hacia los organismos internacionales. Acusadas de ineficientes, costosas y ajenas a las prioridades nacionales, muchas instituciones enfrentan hoy una creciente desconexión con las sociedades que debieran representar. A esto se suma el avance de potencias como China y Rusia, que promueven modelos alternativos al orden liberal occidental.Por su parte, la ONU, que nació para garantizar la paz mundial, se ve cada vez más limitada por la dinámica del veto en el Consejo de Seguridad. Las grandes potencias bloquean mutuamente cualquier resolución que afecte sus intereses. Así, la ONU ha sido incapaz de actuar con firmeza frente a conflictos como los de Ucrania, Gaza, Siria o Sudán. Mientras tanto, la demanda de una reforma profunda del Consejo de Seguridad -reclamada por países del sur global- sigue sin avances.El retiro total de EE.UU.Algo similar ocurre con la Otan (Organización del Tratado del Atlántico Norte), creada en su momento para disuadir a la Unión Soviética, que es severamente cuestionada por Trump, quien denunció que los países europeos no aportaban lo suficiente al presupuesto común.Esto hizo que la Unión Europea tuviera que redirigir gran parte de su presupuesto hacia la carrera armamentista, ante el retiro de EE.UU. Aunque la guerra en Ucrania revitalizó parcialmente el rol de la Otan, subsisten tensiones sobre el alcance de sus misiones y su expansión. Además, el nuevo escenario multipolar impone desafíos muy distintos a los que le dieron origen: ciberseguridad, inteligencia artificial y terrorismo global, entre otros.Otra organización cuestionada es la OMS (Organización Mundial de la Salud). La pandemia de Covid-19 expuso como nunca antes sus debilidades. Su supuesta demora en advertir sobre el brote en China y su dependencia financiera de los grandes donantes motivaron duras críticas. La OMS también quedó en deuda en la distribución equitativa de vacunas, revelando las desigualdades del sistema de salud global.La salida de EE.UU. complica todo el funcionamiento del organismo. Algunas de las críticas de Trump fueron que la OMS fracasó en adoptar reformas urgentes, que implementa cuotas exageradas, la catalogó como una organización con mala gestión y remarcó su dependencia financiera de Estados Unidos.Ante este panorama, la entidad transita un fuerte ajuste, además de un replanteo de su misión y objetivos.Una situación parecida se da con la Cruz Roja internacional. Históricamente considerada un actor neutral y humanitario, enfrenta hoy enormes dificultades para operar en zonas de conflicto.Desde ataques deliberados a su personal hasta trabas burocráticas para ingresar a territorios devastados, su eficacia fue seriamente reducida. Además, la creciente competencia entre ONG y la politización de la ayuda internacional debilitan su reputación de imparcialidad.China en el horizonteOtro organismo que Trump abandonó es la Unesco (Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), que además enfrenta grandes dificultades para incidir en los grandes debates actuales sobre educación, patrimonio digital o derechos culturales en contextos de guerra.China criticó la decisión de Estados Unidos de volver a retirarse y comunicó que “no es el comportamiento que se espera de una gran potencia responsable”.“Con motivo del 80º aniversario del establecimiento de la ONU, pedimos a todos los países que reafirmen su compromiso con el multilateralismo y que apoyen el sistema internacional centrado en la ONU con acciones concretas”, dijo hace poco el vocero del Ministerio de Exteriores de China, Guo Jiakun.Pero si bien no rechaza el multilateralismo, China critica el modelo multilateral liderado por Occidente. Su “diplomacia de gran potencia” enfatiza la soberanía nacional y la desconfianza hacia normas impuestas desde afuera. Impulsa iniciativas como el grupo denominado CRINK (compuesto también por países como Rusia, Irán, Corea del Norte, Turquía) que busca consolidar un “orden multipolar” que limite la influencia de EE. UU.Sin Justicia globalEn relación a la idea de una justicia universal y global, el Tribunal Penal Internacional (TPI) fue creado para juzgar crímenes de guerra y lesa humanidad. Pero su accionar es cuestionado por su falta de universalidad. EE.UU., China y Rusia no reconocen su jurisdicción. Además, fue acusado de centrarse casi exclusivamente en África. La reciente orden de arresto contra Vladimir Putin por la guerra en Ucrania evidencia otra limitación permanente: la imposibilidad de ejecutar decisiones sin la cooperación estatal.Mientras todas esas instituciones del orden liberal crujen, surgen alternativas: el grupo Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) se propone como contrapeso al G7, y China promueve bancos de desarrollo regionales como el AIIB (Banco Asiático de Inversión en Infraestructura). Las monedas digitales estatales, los acuerdos bilaterales en lugar de tratados multilaterales -como los que está llevando a cabo Trump por los aranceles con cada país- y las alianzas emergentes en África y Asia marcan un corrimiento del centro de gravedad global. Y a la vez, eleva la tensión entre los bloques.Una de las patas flojas más difíciles de arreglar es que muchas organizaciones internacionales dependen de contribuciones voluntarias de los Estados, lo que las hace vulnerables al chantaje financiero. En paralelo, aumenta la participación de fundaciones privadas, lo que plantea interrogantes sobre la autonomía técnica de entidades como la OMS, la FAO o Unicef frente a intereses empresariales.Un futuro inciertoEn síntesis, las organizaciones responden a sus críticos con un argumento similar: el fracaso del orden global es la sumatoria de las responsabilidades de todos los países que las componen. Lo cierto es que la incapacidad -o, la menos, las grandes dificultades- del sistema multilateral para enfrentar los desafíos actuales es tal vez el síntoma más grave de su crisis. El cambio climático avanza pese a los compromisos firmados. La inteligencia artificial carece de una regulación global efectiva. Las campañas de desinformación erosionan democracias sin que haya mecanismos de control transnacionales. Y la migración forzada crece en un mundo cada vez más cerrado, con todas las consecuencias políticas, sociales y humanitarias que se desprenden de este fenómeno.La fragilidad de las instituciones creadas en 1945 abre preguntas urgentes: ¿Es posible reformularlas o deben ser reemplazadas? ¿Quién las reemplazaría? ¿Qué actores emergen en esta disputa? En medio de la incertidumbre, una cosa parece clara: el mundo ya no gira en torno a las reglas que regían tras la Segunda Guerra. Y las respuestas a los desafíos del siglo 21, por ahora, siguen pendientes. La Voz