Jorge Fernández Valdés: “Nunca se sabe cuál es el camino perfecto”
Es de tarde, el sol ya se va tras las sierras y baña de dorado el alto de la loma donde vive Jorge Fernández Valdés. Hoy, antes de empezar la tira de los últimos cuatro torneos del Korn Ferry Tour de Estados Unidos, es el mejor jugador argentino de su ranking, “la gira B” del mundo.Pero no todo es dorado en la vida de un jugador de golf.
A sus 33 años, “Jorgito” es un jugador internacional que forma parte de una segunda generación, después de Eduardo Romero y Ángel Cabrera, que escaló hasta este nivel sin antecedentes golfísticos, distinto al caso de Estanislao Goya, contemporáneo suyo y de nivel similar, nieto e hijo de golfistas. Jorge llegó a los seis años a Lomas de la Carolina, cuando su padre, contador, llevó a su familia allí gracias a un crédito, y descubrió que ese verde que rodeaba su casa era un lugar para divertirse. Se enamoró del golf, de una vecina golfista también, y hoy esa pasión es la que guía su vida.
Flaco, alto, de voz gruesa y cara de pibe, parece más joven y despreocupado, pero dentro suyo todo es vértigo, esfuerzo y riesgo. Casado con Martina, que fue primero su vecina, su compañera de golf, su amiga, su novia y ahora además esposa y madre de Azalea, comparte la vida y a veces incluso el rol de caddie. Se confiesa “muy de acá”, a pesar de viajar ininterrumpidamente a Estados Unidos la mitad de su vida para jugar al golf.
“Trato de estar afuera, solo, no más de tres semanas y si por razones de la campaña, los resultados o compromisos tengo que estar más allá, Martina y Azalea viajan para que compartamos. Pero nunca más de cinco semanas en total. Más tiempo solo no se rinde igual, porque mi cabeza está acá. Y ellas tampoco pueden desarraigarse con su trabajo, amistades, escuela. Hablaba con David (Nalbandian) y él se iba 50 o 60 días y él dice que es un peso que llevamos los deportistas argentinos porque estamos muy lejos geográficamente de esos ámbitos del deporte de alta competencia”, cuenta.
– ¿Pero me imagino que tampoco es tan sencillo moverse todos juntos?
-No para nada, lleva su logística. Las bolsas de premios del Korn Ferry alcanzan con lo justo para mantener a la familia y los costos de competir son altísimos. Cada semana de torneo son 5 mil dólares, tenés que jugar unos 30 torneos así que a veces los números no dan. Tenés que terminar entre los 30 primeros para encarar tranquilo las vacaciones y empezar la próxima temporada. Nuestros sponsors son todas empresas nacionales. Para tener uno internacional tenés que jugar en el PGA Tour y aún así es difícil. Pero ojo, en el Korn… los jugadores norteamericanos tampoco acceden a ese nivel de sponsors; normalmente son empresarios de su ciudad o socios de sus clubes que los apoyan.
– Pero en este momento encaras un cierre de temporada prometedor
-Ahora sí, pero a veces pienso: “qué feo lugar estuve hace un par de meses”, estaba fuera del circuito. Pero es lo que elijo hacer, es lo que hice toda mi vida, lo que creo que hago bien y creo que soy bueno. Siempre digo que estudio y trabajo golf desde que tengo memoria. En lo mío los resultados mandan y ahí me mantengo en un nivel competitivo alto. Es mi carrera: desde los 13 o 14 años le he metido millones de horas, he aprendido cosas increíbles de toda la gente que me ha ayudado para que esté acá. Es mi universidad: mi pasantía, mi máster, todo. Yo elijo jugar al golf, como otro va a la oficina, o a reponer mercadería al supermercado, o un caddie. No me veo haciendo otra cosa.
– La historia de tus inicios es la de una pasión muy fuerte. Vos no eras hijo de un caddie, de una familia golfística o de un millonario que podía elegir solo jugar.
-Cuando nosotros llegamos a Lomas, no sabíamos de qué se trataba, no teníamos ni palos ni pelotas. Empecé en la escuelita del club y jugaba los torneos de Nachi (Masjoan) con una gorra de mi papá o una remera de él. Hay una anécdota muy graciosa: yo ya salía a jugar y no tenía palos, y un cliente de mi papá le ofreció pagarle un trabajo con una bolsa de palos, y eran buenos y yo los hice cortar y me los quedé. Él también quería jugar, pero no había para los dos. Él veía mi pasión, que yo no llegaba a mi casa, tiraba la mochila de la escuela en la calle y me iba a tirar bochas, y apostó a eso. Con mi mamá hicieron muchos sacrificios para que yo pudiera jugar.
– ¿Y cómo vivís en Estados Unidos?
-Yo paro en Jacksonville porque está la cancha de Sawgrass, que es de la PGA y para los jugadores de los circuitos. Ahí vive el Tano (Goya), estoy mucho con él, entreno con él, me llevo muy bien. Está Nicolás Echevarría, un colombiano; hay muchísimos jugadores, del Champions Tour, del PGA, del Korn, así que siempre entrenás o prácticas con alguien. Camilo Ramírez del PGA Américas. Y después de los torneos hacemos asados con los muchachos: Fabián (Gómez), Nelson (Ledesma), Augusto (Núñez), nuestros cadis. Compartimos también con los mexicanos. El PGA es muy diferente, ahí va cada uno con su equipo “que son familia” y ni te miran ni compartís un café.
– ¿Y acá entrenás?
-Muy poco.
– A veces hay gente que critica eso
-Yo ahora lo puedo ver, antes no. Decía: veo al Gato o al Pato acá y no los veo mucho en las canchas. Y claro, allá es de lunes a lunes, con 30 o 35 grados de calor o con frío, con presión. Dos o tres veces a la semana te tenés que levantar a las 4 de la madrugada, atender tu ropa, armar valijas, viajar, esperas en aeropuertos, subir a un auto, manejar. Cuando tenés prácticas allá, es practicar y practicar. Entonces cuando vengo acá, regulo esos tiempos porque quiero estar con la familia.
– ¿Y cómo es el entrenamiento de los jugadores norteamericanos?
-No lo podés creer. Como estoy solo allá, voy todos los días al club. Y los ves sábado practicando, el domingo y siguen practicando. Y el lunes, si viajan a la tarde, practican a la mañana, y si llegan temprano al club donde juegan, practican a la tarde. Para nosotros, que tenemos una cultura más relajada en todo, parece raro, pero laburan los guasos. No le aflojan, ojo, lo mismo el abogado y el que vende zapatillas: el capitalismo es así.
– ¿Y cómo es tu equipo?
-Desde hace unos años ya tengo el mismo preparador físico, Bernardo Bonet, ya hace 17 años. Marcos Virasoro es mi manager. Cristian Peralta es mi profesor de golf, que es de Olavarría y me lo recomendó Julián Etulain. Agustín Hope es mi psicólogo deportivo desde 2021, y unos fisioterapeutas de Estados Unidos que veo allá cuando necesito. Y la familia: ellos son parte importante.
El peor y el mejor momento
– ¿Cómo fueron esos momentos tan críticos de esta temporada?
-Yo tenía 13 torneos pendientes luego de la lesión en 2024, a eso me sumaron los puntos que había ganado antes de la lesión, y para poder seguir jugando tenía que estar con el mismo puntaje que el número 75 del ranking 2024. No llegué porque arranqué mal.
Jugó 4 torneos y no pasó el corte en ninguno, jugó otros 4 y pasó el corte pero terminó 74º-60º-39º-42º, y luego no pasó el corte en otros 5. En el reordenamiento del ranking después de su último torneo en Wichita: “me quedé afuera del Korn Ferry”, dijo. Y pasó tres semanas terribles.
“La semana siguiente fui a la clasificación del torneo en Illinois y no entré. Me fui a la casa de mi hermana en Nueva York y empecé a sacar la visa para ir a jugar a Canadá, el PGA Américas. Practiqué por ahí. Me volví a Jacksonville a entrenar, ya loco pensaba: voy a Kentucky a jugar la clasificación del torneo John Deere del PGA y si no entro, me voy a Canadá. Me dije: si tengo que arriesgar, lo hago por lo más grande. Eso obvio lo decido con el manager y el equipo”, recuerda.
– ¿Y en medio de la tormenta salió el sol?
-(Se ríe) Ya llevaba casi cinco semanas allá, y me estaban reclamando desde casa. El sábado estaba por salir al aeropuerto para Kentucky y me llama la secretaria del Korn y me avisa que hay un lugar para jugar el torneo The Ascendant en Colorado. Yo ni soñaba poder jugar ahí porque el jueves había consultado y estaba 20 en la lista de espera. E increíblemente todos decidieron renunciar a esa oportunidad. Ahí fui segundo, a un golpe del ganador Neal Shipley que hizo birdie en el último hoyo, empatado con Kevin Dougherty. Y la semana siguiente salí séptimo en el torneo Price Cutter en Springfield, Misuri, empatado con otros cinco, entre ellos Shipley y Dougherty. Con eso salvé el año y ya juego también el próximo. Fue increíble.
– ¿Esas decisiones tienen algún parecido con las que tienen que tomar todas las rondas en todos los hoyos?
-Nunca se sabe cuál es el camino perfecto. Tenés que estar decidido a lo que vas a hacer. Yo me la juego 100 por 100, sabiendo que es lo que creo o siento. Comprometido con el plan, con el objetivo y la decisión. Eso se aprende todo el tiempo. No se termina nunca de aprender; es tener buenos pensamientos y confiar en el equipo.
– ¿Te ves haciendo otra cosa que no sea golf?
-Yo veo mi vida así: compitiendo, yendo al gimnasio, entrenando, buscándole dónde puedo mejorar algo, algo técnico del juego, pulir algo del swing, ¿cómo puedo pensar mejor, cómo puedo decidir mejor? Organizarme mejor afuera de la cancha. Siempre en el golf.
Es de tarde, el sol ya se va tras las sierras y baña de dorado el alto de la loma donde vive Jorge Fernández Valdés. Hoy, antes de empezar la tira de los últimos cuatro torneos del Korn Ferry Tour de Estados Unidos, es el mejor jugador argentino de su ranking, “la gira B” del mundo.Pero no todo es dorado en la vida de un jugador de golf.A sus 33 años, “Jorgito” es un jugador internacional que forma parte de una segunda generación, después de Eduardo Romero y Ángel Cabrera, que escaló hasta este nivel sin antecedentes golfísticos, distinto al caso de Estanislao Goya, contemporáneo suyo y de nivel similar, nieto e hijo de golfistas. Jorge llegó a los seis años a Lomas de la Carolina, cuando su padre, contador, llevó a su familia allí gracias a un crédito, y descubrió que ese verde que rodeaba su casa era un lugar para divertirse. Se enamoró del golf, de una vecina golfista también, y hoy esa pasión es la que guía su vida.Flaco, alto, de voz gruesa y cara de pibe, parece más joven y despreocupado, pero dentro suyo todo es vértigo, esfuerzo y riesgo. Casado con Martina, que fue primero su vecina, su compañera de golf, su amiga, su novia y ahora además esposa y madre de Azalea, comparte la vida y a veces incluso el rol de caddie. Se confiesa “muy de acá”, a pesar de viajar ininterrumpidamente a Estados Unidos la mitad de su vida para jugar al golf.“Trato de estar afuera, solo, no más de tres semanas y si por razones de la campaña, los resultados o compromisos tengo que estar más allá, Martina y Azalea viajan para que compartamos. Pero nunca más de cinco semanas en total. Más tiempo solo no se rinde igual, porque mi cabeza está acá. Y ellas tampoco pueden desarraigarse con su trabajo, amistades, escuela. Hablaba con David (Nalbandian) y él se iba 50 o 60 días y él dice que es un peso que llevamos los deportistas argentinos porque estamos muy lejos geográficamente de esos ámbitos del deporte de alta competencia”, cuenta.- ¿Pero me imagino que tampoco es tan sencillo moverse todos juntos?-No para nada, lleva su logística. Las bolsas de premios del Korn Ferry alcanzan con lo justo para mantener a la familia y los costos de competir son altísimos. Cada semana de torneo son 5 mil dólares, tenés que jugar unos 30 torneos así que a veces los números no dan. Tenés que terminar entre los 30 primeros para encarar tranquilo las vacaciones y empezar la próxima temporada. Nuestros sponsors son todas empresas nacionales. Para tener uno internacional tenés que jugar en el PGA Tour y aún así es difícil. Pero ojo, en el Korn… los jugadores norteamericanos tampoco acceden a ese nivel de sponsors; normalmente son empresarios de su ciudad o socios de sus clubes que los apoyan.- Pero en este momento encaras un cierre de temporada prometedor-Ahora sí, pero a veces pienso: “qué feo lugar estuve hace un par de meses”, estaba fuera del circuito. Pero es lo que elijo hacer, es lo que hice toda mi vida, lo que creo que hago bien y creo que soy bueno. Siempre digo que estudio y trabajo golf desde que tengo memoria. En lo mío los resultados mandan y ahí me mantengo en un nivel competitivo alto. Es mi carrera: desde los 13 o 14 años le he metido millones de horas, he aprendido cosas increíbles de toda la gente que me ha ayudado para que esté acá. Es mi universidad: mi pasantía, mi máster, todo. Yo elijo jugar al golf, como otro va a la oficina, o a reponer mercadería al supermercado, o un caddie. No me veo haciendo otra cosa.- La historia de tus inicios es la de una pasión muy fuerte. Vos no eras hijo de un caddie, de una familia golfística o de un millonario que podía elegir solo jugar.-Cuando nosotros llegamos a Lomas, no sabíamos de qué se trataba, no teníamos ni palos ni pelotas. Empecé en la escuelita del club y jugaba los torneos de Nachi (Masjoan) con una gorra de mi papá o una remera de él. Hay una anécdota muy graciosa: yo ya salía a jugar y no tenía palos, y un cliente de mi papá le ofreció pagarle un trabajo con una bolsa de palos, y eran buenos y yo los hice cortar y me los quedé. Él también quería jugar, pero no había para los dos. Él veía mi pasión, que yo no llegaba a mi casa, tiraba la mochila de la escuela en la calle y me iba a tirar bochas, y apostó a eso. Con mi mamá hicieron muchos sacrificios para que yo pudiera jugar.- ¿Y cómo vivís en Estados Unidos?-Yo paro en Jacksonville porque está la cancha de Sawgrass, que es de la PGA y para los jugadores de los circuitos. Ahí vive el Tano (Goya), estoy mucho con él, entreno con él, me llevo muy bien. Está Nicolás Echevarría, un colombiano; hay muchísimos jugadores, del Champions Tour, del PGA, del Korn, así que siempre entrenás o prácticas con alguien. Camilo Ramírez del PGA Américas. Y después de los torneos hacemos asados con los muchachos: Fabián (Gómez), Nelson (Ledesma), Augusto (Núñez), nuestros cadis. Compartimos también con los mexicanos. El PGA es muy diferente, ahí va cada uno con su equipo “que son familia” y ni te miran ni compartís un café.- ¿Y acá entrenás?-Muy poco.- A veces hay gente que critica eso-Yo ahora lo puedo ver, antes no. Decía: veo al Gato o al Pato acá y no los veo mucho en las canchas. Y claro, allá es de lunes a lunes, con 30 o 35 grados de calor o con frío, con presión. Dos o tres veces a la semana te tenés que levantar a las 4 de la madrugada, atender tu ropa, armar valijas, viajar, esperas en aeropuertos, subir a un auto, manejar. Cuando tenés prácticas allá, es practicar y practicar. Entonces cuando vengo acá, regulo esos tiempos porque quiero estar con la familia.- ¿Y cómo es el entrenamiento de los jugadores norteamericanos?-No lo podés creer. Como estoy solo allá, voy todos los días al club. Y los ves sábado practicando, el domingo y siguen practicando. Y el lunes, si viajan a la tarde, practican a la mañana, y si llegan temprano al club donde juegan, practican a la tarde. Para nosotros, que tenemos una cultura más relajada en todo, parece raro, pero laburan los guasos. No le aflojan, ojo, lo mismo el abogado y el que vende zapatillas: el capitalismo es así.- ¿Y cómo es tu equipo?-Desde hace unos años ya tengo el mismo preparador físico, Bernardo Bonet, ya hace 17 años. Marcos Virasoro es mi manager. Cristian Peralta es mi profesor de golf, que es de Olavarría y me lo recomendó Julián Etulain. Agustín Hope es mi psicólogo deportivo desde 2021, y unos fisioterapeutas de Estados Unidos que veo allá cuando necesito. Y la familia: ellos son parte importante.El peor y el mejor momento- ¿Cómo fueron esos momentos tan críticos de esta temporada?-Yo tenía 13 torneos pendientes luego de la lesión en 2024, a eso me sumaron los puntos que había ganado antes de la lesión, y para poder seguir jugando tenía que estar con el mismo puntaje que el número 75 del ranking 2024. No llegué porque arranqué mal. Jugó 4 torneos y no pasó el corte en ninguno, jugó otros 4 y pasó el corte pero terminó 74º-60º-39º-42º, y luego no pasó el corte en otros 5. En el reordenamiento del ranking después de su último torneo en Wichita: “me quedé afuera del Korn Ferry”, dijo. Y pasó tres semanas terribles.“La semana siguiente fui a la clasificación del torneo en Illinois y no entré. Me fui a la casa de mi hermana en Nueva York y empecé a sacar la visa para ir a jugar a Canadá, el PGA Américas. Practiqué por ahí. Me volví a Jacksonville a entrenar, ya loco pensaba: voy a Kentucky a jugar la clasificación del torneo John Deere del PGA y si no entro, me voy a Canadá. Me dije: si tengo que arriesgar, lo hago por lo más grande. Eso obvio lo decido con el manager y el equipo”, recuerda.- ¿Y en medio de la tormenta salió el sol?-(Se ríe) Ya llevaba casi cinco semanas allá, y me estaban reclamando desde casa. El sábado estaba por salir al aeropuerto para Kentucky y me llama la secretaria del Korn y me avisa que hay un lugar para jugar el torneo The Ascendant en Colorado. Yo ni soñaba poder jugar ahí porque el jueves había consultado y estaba 20 en la lista de espera. E increíblemente todos decidieron renunciar a esa oportunidad. Ahí fui segundo, a un golpe del ganador Neal Shipley que hizo birdie en el último hoyo, empatado con Kevin Dougherty. Y la semana siguiente salí séptimo en el torneo Price Cutter en Springfield, Misuri, empatado con otros cinco, entre ellos Shipley y Dougherty. Con eso salvé el año y ya juego también el próximo. Fue increíble.- ¿Esas decisiones tienen algún parecido con las que tienen que tomar todas las rondas en todos los hoyos?-Nunca se sabe cuál es el camino perfecto. Tenés que estar decidido a lo que vas a hacer. Yo me la juego 100 por 100, sabiendo que es lo que creo o siento. Comprometido con el plan, con el objetivo y la decisión. Eso se aprende todo el tiempo. No se termina nunca de aprender; es tener buenos pensamientos y confiar en el equipo.- ¿Te ves haciendo otra cosa que no sea golf?-Yo veo mi vida así: compitiendo, yendo al gimnasio, entrenando, buscándole dónde puedo mejorar algo, algo técnico del juego, pulir algo del swing, ¿cómo puedo pensar mejor, cómo puedo decidir mejor? Organizarme mejor afuera de la cancha. Siempre en el golf. La Voz