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Rita Terranova: su papel “de hombre” que fue un éxito, la vuelta al teatro y la señal que hasta hoy la une con su padre

Rita Terranova creció entre bambalinas. Hija del recordado actor Osvaldo Terranova, aprendió de él que el escenario es un oficio sagrado. Una noche, siendo niña, su padre la hizo pararse en el centro de un teatro vacío y gritar que algún día ese espacio sería suyo. Y ese mandato íntimo se convirtió en destino. Desde entonces, la actuación para ella no solo es una profesión, sino su lugar de pertenencia y reencuentro.

Hoy, a sus 69 años, está a punto de estrenar Regina, obra que rescata la vida de Regina Pacini, la soprano portuguesa que abandonó su carrera internacional para acompañar a Marcelo Torcuato de Alvear en su vida política, la cual incluyó nada menos que la presidencia argentina entre 1922 y 1928. Y aunque parezca historia lejana, casi de otra existencia, su designio la toca de cerca por una cuestión de género: su madre también dejó de actuar por pedido de su padre. “Las renuncias de esas mujeres marcaron no solo esa época, sino las vidas de todas las mujeres en el pasado”, dice hoy, con emoción.

Pese a sus más de cinco décadas de carrera, Terranova llega a la entrevista con LA NACION casi pidiendo permiso. Es que solo se vuelve inmensa en un escenario; por fuera, oculta sus pergaminos y se enorgullece de autoproclamarse por demás hogareña. Está casada desde hace seis años con el agente de prensa Guillermo Pintos, pero advierte que no le gusta hablar de su vida privada y se pone tímida ante una pregunta indiscreta, aunque reconoce que disfruta de recibir en su casa a su hija Renata -también actriz- y a su nieta, para quienes siempre hay galletitas caseras que ella misma cocina. Asume que enloqueció con la serie Menem, “por lo bien actuada que está”, y que su secreto mejor guardado está en su receta de torta galesa.

A Rita Terranova no le gusta hablar de su vida privada, pero no duda en hablar de la felicidad que le causan sus nietos

-A días de estrenar la obra sobre la figura de Regina Pacini de Alvear, ¿qué fue lo que más la atrajo de ella?

-Me conmovió su historia de vida. Era una soprano de prestigio y reconocimiento internacional, que termina abandonando todo cuando se casa con Marcelo T. de Alvear, a quien conoció en una gira por Buenos Aires. Lo fascinante es que detrás de su imagen discreta había una mujer fuerte y dedicada, que estimuló a su marido a impulsar la cultura. Siendo ella primera dama, creó Radio Municipal, el Conservatorio de Música y Arte Escénico, promovió el Ballet Estable del Colón e incluso levantó la Casa del Teatro en pleno centro de la ciudad, para que los actores estén cerca de los teatros. Eso es lo que me convenció a interpretarla solo con la simple propuesta, encarnar a alguien real, que existió, con huellas históricas y al mismo tiempo tan humanas.

-La obra la encuentra a ella ya de grande, viuda, rememorando sus días de gloria.

-Sí, exacto. La obra también profundiza la historia de amor que vivió con Marcelo T. de Alvear, que es preciosa. Él la conoce en el Teatro Politeama, en 1899, y queda fascinado por su voz. La seguía por sus giras, le llenaba el camarín de flores, la cortejaba en todos lados, en Londres, en París. Y ella, que era asediada por príncipes y condes, elige a este argentino que la mira con una pasión distinta. En la obra aparece esa dualidad, una diva internacional que termina siendo primera dama argentina y que sin embargo conserva sencillez y generosidad. Investigué mucho su vida porque me atrae lo real. Con personajes de ficción, una inventa; con personajes históricos, los datos concretos son la brújula.

-Para los actores, Pacini es una especie de prócer.

-Es un ejemplo de mujer. Por todo lo que vivió. Y conociendo su vida me resultó inevitable hacer un paralelismo con mi mamá. Mi papá, Osvaldo Terranova, también le pidió que dejara de actuar para dedicarse a la familia. Ella estaba en pleno trabajo cuando nací yo, y después de mi hermano dejó su carrera porque no podía con todo. Me conmovió esa similitud, esas renuncias de mujeres que estaban en su plenitud y sin embargo por los mandatos de la época, sin importar qué, dejaban todo por la familia. Pacini fue obligada a abandonar el canto siendo una estrella, pero canalizó su energía en proyectos culturales enormes, que todavía hoy nos alcanzan. Eso habla de una fortaleza admirable, transformó la pérdida en legado.

Osvaldo Terranova en El atajo

-Su padre fue un actor muy querido. ¿Qué recuerdos de él la acompañan?

-Mi padre era un apasionado del escenario. Me acuerdo clarísimo de una noche que estábamos en el Teatro Smart, donde ahora está el actual Multiteatro; él había terminado de hacer su función y yo lo esperaba para irnos juntos, tendría siete años. Me llevó al escenario que estaba vacío y me dijo: “Parate en el medio y decí fuerte: ‘Algún día, serás mío’”. Me dio vergüenza, pero lo hice. Años después, sin buscarlo, terminé debutando en ese mismo escenario, poco tiempo después de su muerte. Fue como una señal. Él me enseñó que el actor se entrega con el cuerpo entero y que el teatro es un oficio sagrado. Me transmitió una de las claves de la vida del actor, con la cual regirme para no tener sorpresas, “la humildad de saber que un día el público te llena la sala y al otro día no te va a ver nadie”.

-¿Qué lugar ocupa la emoción en su forma de actuar?

-Para mí, la emoción es el núcleo. Estudio, preparo, investigo mucho, pero después me dejo llevar. Cuando un personaje se adueña de vos, ya no podés actuar “de mentira”. En el ensayo se fijan las emociones, y en la función aparecen solas, en el mismo momento, como si fueran inevitables. Eso es el método, pero también es algo mágico que el teatro tiene. A veces me encuentro caminando por mi casa con gestos o voces del personaje, y siento que ya vive dentro mío. Es un trabajo de adentro hacia afuera, muy visceral, muy verdadero.

La actriz en El Tinglado, la sala que desde el 7 de septiembre cobijará Regina, su nueva obra

-Pacini se suma a una larga lista de personajes históricos que interpretó en su carrera. ¿Qué le atrae de ese terreno?

-Me fascina investigar la historia. Hice de la hija de Yrigoyen, de una periodista que entrevistaba a Eva Perón, de una socialista que organizó a las obreras de la lana. Lo que me gusta es descubrir contradicciones. Épocas que para algunos fueron brillantes y para otros un desastre. El teatro me permite revivir esas tensiones y mostrarlas con matices. Con Regina me pasa eso, fue llamada durante los últimos años “la Eva Perón del radicalismo”, porque también venía de orígenes humildes, era artista y se casó con un presidente. Y al igual que Evita, fue resistida por la aristocracia. Ese cruce me pareció fascinante.

La marca paterna

-La carrera del actor no se caracteriza por la continuidad. ¿Nunca se peleó con su profesión?

-La única vez que dudé si en realidad quería seguir siendo actriz fue cuando murió mi papá; yo tenía 27 años. Su ausencia física para mí fue fulminante y me quedé sin aire. Me pregunté: “¿Soy actriz porque él lo fue o porque realmente quiero serlo?” Me metí a estudiar con Agustín Alezzo y ahí me di cuenta de que en verdad era lo mío. Vivía para preparar las clases, para ensayar, para poner el cuerpo en escena. Fue un reencuentro conmigo misma que me hizo feliz. Desde entonces no dudé más. El teatro me da vida, me llena, aunque me deje ese vacío raro después de cada función. Mi modo de transitar este mundo es como actriz. Claro que hay épocas difíciles, pero el teatro siempre me recibe con los brazos abiertos. Como me dijo mi padre: “La televisión puede traicionarte, el teatro nunca”. Esa frase me acompaña como un faro.

-Sus inicios fueron junto a su padre, ¿cómo recuerda esa etapa?

-De muy chica empecé a acompañarlo. Cuando hice mi primera prueba en el San Martín tenía 16 años y hasta me daba vergüenza decir mi apellido. Después, claro, aparecieron los mal pensados: “Trabaja porque es la hija de…”. Me ofrecieron cambiarme el apellido, pero no quise. Tras su muerte, sentí una enorme responsabilidad, aunque también un legado ético. Haber empezado joven entre grandes como Tincho Zabala, Marta González y Darío Vittori, me moldeó la personalidad.

Rita Terranova en el personaje de Liubov Andréievna en El jardín de los cerezos, una puesta de 2005

-Más allá de su experiencia y trayectoria, se la ve en eje, como si nada la inquietara.

-Es la ventaja de haber nacido en un teatro, que una entiende que esto es así. Hay funciones a sala llena y otras donde no va nadie; a veces se come faisán y otras veces, las plumas. Y es un gran aprendizaje, no agrandarse con el éxito ni deprimirse con el fracaso. Durante muchos años trabajé de martes a domingos y una vez me ofrecieron un papel en una obra que iba a ir solo los martes en el Teatro El Cubo, Noche de Reyes y mi papel era del tío de uno, gordo y borracho. ¡¿Un papel de hombre?! Estaba convencida de que iba a salir pésimo, que no iba a venir nadie. Y lo acepté porque no tenía otra cosa. Pero fue un éxito absoluto, el público me aplaudía de pie. Esos contrastes me mantienen viva y en constante expectativa. El teatro es imprevisible y nuestra única certeza es la entrega.

Reconocimientos y otras alegrías

-Ganó muchos premios a lo largo de su carrera. ¿Qué lugar les da?

-Los valoro mucho. Tengo tres ACE, dos Florencio Sánchez y dos Trinidad Guevara, entre otros. El que dice que los premios no son importantes, siento que falta a la verdad. A mí me generan alegría. Y más allá del reconocimiento, es un punto de encuentro con colegas. Cuando gano, me gusta nombrar a los demás nominados, porque creo que todos merecemos ganar. Lo importante es no resentirse, la enfermedad del actor es el resentimiento. Yo prefiero trabajar, adaptarme y agradecer cada oportunidad que se me presenta.

-Vivió con plenitud tanto el teatro clásico de los 70 y 80, como el actual. ¿Qué cambios percibe?

-Muchísimos. Cuando empecé, el teatro clásico se hacía engolado, con solemnidad. Hoy podés hacer Shakespeare en jeans. Y me parece bien, no tengo prejuicios. Hice teatro oficial, independiente, de producción privada, leído, semimontado. Salvo revista, hice todo. También cambió la frecuencia, antes eran funciones de martes a domingos, hoy a veces una o dos veces por semana. Aceptar eso es lo que más me costó. Pero me reinvento, porque el teatro es mi forma de vida. Siento nostalgia de grandes referentes, pero también me entusiasma el talento joven que veo a diario.

Una imagen de Renata Marrone, actriz y directora de teatro, quien es hija de Rita Terranova y continúa con la herencia artística familiar

-Su hija Renata sigue sus pasos. ¿Cómo fue verla elegir la misma profesión?

-Intenté que hiciera otra cosa, pero no hubo caso. Un día me dijo: “Si no me dejás, me muero”. Debutó conmigo en una obra en la que le inventé un personaje mudo, para que se vaya fogueando sin problemas. Y desde ese entonces, no paró. Me llevo bárbaro con ella, cuando trabajamos me llama por mi nombre, no me dice “mamá”. Hablamos mucho de teatro, de proyectos, de colegas. Y ahora tengo también a mi nieta, que estudia piano, baile y plástica. Ser abuela es lo más hermoso que hay, no tengo ninguna responsabilidad, solo disfrute y ternura infinita.

-¿Cómo es su vida por fuera del teatro?

-Muy hogareña. Me gusta cocinar, bordar, tejer, hacer manualidades. Soy muy buena repostera. Mi especialidad es la torta galesa y una de coco con dulce de leche que todos me piden cuando me invitan a sus casas. Cuando viene mi nieta, siempre hay galletitas caseras. Miro mucho cine y series, disfruto del trabajo de mis colegas. Si me vieran, no creerían que soy actriz. Les hablo a los personajes de la tele como si me escucharan. Me gusta la rutina, el mate, las pequeñas cosas.

-A punto de estrenar y con más de 100 obras realizadas, telenovelas y películas, ¿le sigue generando nervios el debut?

-Un poquito sí. La adrenalina nunca se va, pero en general el escenario me tranquiliza. Recuerdo una enseñanza de Alejandra Boero, mi gran maestra, que antes de un estreno en el que no tuvimos ensayo general, me dijo: “Salí al escenario como cuando tu mamá te mandaba a jugar al patio”. Esa frase me acompaña siempre, porque el teatro es juego. Y si la protagonista funciona, todo funciona. Eso me emociona, me da fuerza. Por eso sigo aquí, porque cada función es distinta y porque todavía me late un poco más fuerte el corazón ante un nuevo desafío.

Para agendar

Regina. Funciones: Desde el 7 de septiembre, todos los domingos a las 20. Sala: El Tinglado (Mario Bravo 948).

​Antes del estreno de Regina, obra que rescata la figura de la soprano Regina Pacini, la consagrada actriz habla de su vida en familia y cuenta aspectos desconocidos de su cotidianeidad  LA NACION