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Pablo Acosta, desde Salta, se convirtió en nuevo gran maestro argentino

El salteño Pablo Acosta, de 25 años, cumplió con las normas requeridas por la Fide, y es un nuevo gran maestro argentino. Se trata de una hazaña, que no se calibra solamente por el logro mismo, ya de por sí muy difícil. De los cincuenta y tantos grandes maestros argentinos de todos los tiempos, sólo tres son oriundos del interior del país, si excluimos a la provincia de Buenos Aires. El primero, Carlos Guimard (1013-1998), gloria de Santiago del Estero; luego Raúl Sanguinetti (1933-2000), gran ajedrecista entrerriano, siete veces campeón argentino, y ahora, muchos años después, Pablo Acosta se suma a sus ilustres antecesores.

En el norte argentino, Salta siempre destacó por tener fuertes ajedrecistas. En el siglo pasado, esta provincia más de una vez ganó el Campeonato Argentino por equipos, torneo éste, que, aunque ya no se hace más, fue importante, y contaba con la participación de casi todas las provincias de nuestro territorio.

En un deporte tan competitivo como el ajedrez, Pablo Acosta se hace querer por todos

Con todo eso, no hubo ningún jugador que se acercara a ser gran maestro. Que Pablo Acosta lo haya conseguido es casi un milagro. Porque su camino fue muy distinto al de la mayoría de los ajedrecistas. Este chico tuvo una infancia pobre, con carencias y limitaciones, como muchos otros chicos del interior del país, pero, contra todo pronóstico, encontró una tabla salvación en el ajedrez, actividad en la que se destacó desde muy niño. Con poco estudio, y mucho talento natural, fue avanzando en el dominio del juego ciencia.

Siendo adolescente se trasladó a San Luis, donde encontró una base para aunar ajedrez con estudio. Una digresión: en La divina comedia, el patriarca familiar le anuncia a Dante cómo habrá de ser su vida futura: “Sabrás qué duro es subir las escaleras de los otros y cuán amargo sabe el pan ajeno”. Pablo Acosta conoció también en carne propia ese devenir, viajando por todo el país en busca del ansiado objetivo de ser gran maestro. Alternó éxitos con fracasos; muchas veces estuvo cerca y le faltó un poco de fortuna, pero la perseverancia, unida al talento, dieron sus frutos, y pudo obtener las tres normas y alcanzar el ranking de 2500, requisitos indispensables para el título de gran maestro, algo que, se puede decir, le da sentido a su vida.

Pablín, como lo llaman los amigos, es muy querido allí donde vaya, por su amable talante y buena disposición. En un deporte tan competitivo como el ajedrez, Pablo Acosta se hace querer por todos. También es muy valorado por los expertos, por sus originales ideas sobre el tablero. Tiene por delante un desafío mayor: progresar lo suficiente como para formar parte del equipo olímpico argentino. Talento tiene, le falta un poco de cincel. Cuando era adolescente, le di unas pocas clases, en las que me sorprendió su creatividad. Me contacté con él para felicitarlo, y me transmitió estas palabras: “El ajedrez significa algo muy importante en mi vida que me ayudó en muchos aspectos a formar mi carácter y mi forma de ser. Ahora que tengo el título de Gran Maestro me siento muy feliz de haber logrado algo que toda mi vida traté de conseguir perdiendo miles de batallas, pero eso es lo lindo del ajedrez que te enseña a levantarte siempre. De ahora en adelante mi objetivo es luchar por se el número uno del país, y representar y dar lo mejor por mi país en cualquier torneo. Al ajedrez argentino lo veo muy bien, hay cada vez más gente practicando este hermoso deporte, niños y niñas motivados por superarse. Lo de Faustino Oro me parece impresionante. Verlo competir a esa edad me hace recordar a mí cuando era chico con la diferencia que él juega con GMs de 2600 para arriba, y eso me da orgullo no sólo porque es chico, sino por lo alto que lleva nuestra bandera”.

A la hora de los agradecimientos, Pablo destaca a su familia -padre, madre y hermanos-, que siempre lo apoyó, y a los maestros Gilberto Hernández y Claudia Amura, que le dieron cobijo cuando tuvo que salir de Salta para competir.

En una mirada profesional sobre él, diría que, si consigue desarrollar una ética de trabajo adecuada, puede estar entre los dos o tres mejores del ranking nacional. Pero, ya se sabe, en el deporte, mientras más alto se llega, más difícil es seguir subiendo.

​El ajedrecista, de 25 años, cumplió con las normas estipuladas por la FIDE  LA NACION