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Juan Sebastián Verón: El proyecto de Estudiantes para unir fútbol y educación

Desde su rol como presidente de Estudiantes, impulsa una nueva forma de gestión basada en la transparencia, la educación y la sustentabilidad económica; en Conversaciones habla sobre el futuro del fútbol argentino, la posibilidad de abrir los clubes al capital privado y el desafío de mantener viva la pasión mientras el deporte se moderniza

“La inversión privada no mata la pasión. Las dos cosas pueden convivir”, dice Juan Sebastián Verón que así sintetiza una de las ideas centrales de su mirada sobre el futuro del fútbol argentino: la necesidad de innovar, de profesionalizar la gestión y de abrir nuevas formas de financiamiento sin perder la esencia social de los clubes. Campeón con Estudiantes y actual presidente del club de La Plata, Verón se consolida como una de las voces más innovadoras a la hora de pensar el deporte desde una perspectiva moderna, donde la pasión convive con la planificación y la sustentabilidad.

En este sentido, en Conversaciones, habló sobre educación, liderazgo y gestión, pero también sobre la posibilidad de que los clubes coticen en bolsa, la apertura al capital privado como motor de desarrollo y el equilibrio entre identidad y evolución. Con una visión que combina experiencia, sensibilidad y gestión, el ex referente de la selección argentina plantea un modelo de club con raíces sólidas y mirada de futuro.

-Bruja, un gusto tenerte acá. Hoy me toca estar en BYMA, Bolsas y Mercados Argentinas. Te voy a dar mi pin y te voy a decir algo: Estudiantes va a cotizar en bolsa. Ya lo hizo con cheques de pago diferido, fue pionero en transparencia de oferta pública. Y lo vamos a hacer.

Primero hay que trabajarlo.

-Gerenciar un club debe ser más difícil que manejar una empresa. En una compañía podés separar las emociones, en el fútbol no. Crear algo puede hacerlo cualquiera, pero trascender requiere otros valores. Vos, tu apellido, y Estudiantes trascendieron. ¿Qué valores te parecen fundamentales para eso?

La pertenencia, el arraigo, el desinterés por lo material, el amor y la pasión. Eso es lo que mantiene viva la identidad.

-Muchos jugadores vuelven a Estudiantes, incluso después de años afuera. Hay algo diferente ahí.

Sí. Volver al club tiene varios significados. Está lo personal, claro: el deseo de regresar al lugar donde empezaste. En mi caso, tomar el colectivo, caminar hasta el estadio, esas pequeñas cosas que te forman. Con el tiempo el club cambió, como cambió todo, pero sigue teniendo ese hilo conductor: es un club que te cobija. Desde que llegás, todos están a disposición, se desviven por hacerte sentir bien. Eso se nota. La gente de Estudiantes tiene otro tipo de vínculo con sus jugadores. Hay exigencia, sí, pero también cariño.

Cuando yo empecé, el club era difícil. No diría abandonado, pero sí con muchas carencias. No era un lugar amigable. Y eso cambió, no solo por los resultados deportivos, sino por la calidad institucional que se fue construyendo. Y esa calidad la da la gente: los directivos, los empleados, los que abren las puertas todos los días. Por eso uno siempre quiere volver.

-Hablando de institucionalidad, Pacha Pachamé me contaba que en el equipo de tu padre había nueve o diez universitarios: Madero, Bilardo, Manera, Echecopar… y que la diferencia estaba en la educación. Vos hoy estás impulsando un proyecto educativo dentro del club.

En el último plantel campeón de la Copa Libertadores, de unos cincuenta jugadores, casi treinta terminaron la secundaria en el club. Eso no es casualidad. Llevamos diez años con un secundario adaptado a las necesidades de los chicos que juegan. El fútbol ocupa todo su pensamiento, es su sueño. Pero también hay que enseñarles que estudiar no es una carga, sino una herramienta.

Muchos entrenaban, comían apurados, corrían al colegio y terminaban dejando. Entonces creamos un colegio que los acompañe, que los entienda. Si no aprueban materias, no juegan, y no es un castigo: es una enseñanza. Hoy los chicos lo entienden. Y cuando terminan, les cuesta seguir estudiando, por eso abrimos un terciario y ahora estamos con la universidad, adaptada al deporte. No solo para los futbolistas, sino como un proyecto educativo más amplio.

-La educación como igualador social, como contención.

Exacto. Lo escuché muchas veces en el club. El Principito Sosa, por ejemplo, contó que lo ayudaron muchísimo cuando era chico. Y esas cosas dejan huella. Acompañar desde lo humano también es formar jugadores.

-Me quedó grabado algo que dijiste: “De los mil que ves corriendo, llegan tres”. ¿Cómo manejás la frustración de los que hacen todo bien y no llegan?

Muchos hacen todo bien: se levantan temprano, se alimentan bien, descansan, entrenan. Pero el fútbol tiene un componente azaroso. Es el momento justo: el técnico que te ve, la oportunidad que aparece. Podés hacer todo bien y que no se dé. Por eso el fútbol debe ser una herramienta, no un fin. Es un sueño hermoso, pero también cruel.

-Dejás muchas cosas por ese sueño.

Los chicos empiezan desde muy temprano. Muchos vienen del interior, algunos con apenas doce años, a vivir en la pensión. Si lo pensás como padre, que tu hijo a los doce te diga “me voy”, es durísimo. Y la mayoría no llega. Por eso tratamos de acompañarlos, mostrarles otras opciones, y sobre todo decirles la verdad. Si sabés que no va a pasar, no le digas que sí. Hay que cuidarlos, ser honestos y ayudar.

-La educación también ayuda a procesar eso.

Claro. Además, el fútbol sigue atravesado por el machismo: “no podés llorar”, “no muestres sentimientos”. Eso reprime. Hay chicos que juegan porque el padre los presiona, no porque quieran. Y se nota. Me pasó de ver chicos que dejaron, que después se dedicaron al cine, a escribir, a estudiar, y fueron felices. Algunos incluso volvieron al club en otros roles. Eso también es éxito.

-En tu caso, ¿ser “el hijo de la Bruja Verón” fue una carga? ¿Y tu hijo?

Deian tuvo el doble de presión. En mi época no había redes sociales. No sabías quién decía qué. Hoy los chicos viven con eso encima, y son más sensibles. Escuché a Di María decir que las opiniones lo afectaban. Yo recién sentí el peso del apellido cuando era profesional, cuando veía los diarios con “el hijo de la Bruja”.

-Y como dirigente, ¿cuánto llevás?

Desde 2014.

-¿Te subestimaron por venir del fútbol?

Sí, incluso dentro de Estudiantes.

-¿Dónde aprendiste a gestionar como lo hacés hoy?

De los lugares donde jugué. En Manchester y en el Inter aprendí muchísimo. Eran clubes con estructuras impresionantes, y me servían como referencia para pensar qué quería yo para el mío. También me apoyé en gente que respeto mucho: Pepe Sánchez, Agustín Pichot y Mariano Bessone. Cuando asumí en Estudiantes, el estadio tenía deudas enormes. Abrí el cajón del escritorio y había siete cheques emitidos. Tuve que dejar mis ideas a un costado y resolver lo urgente. Con el tiempo, pude volver a pensar en el club que quería construir.

-¿Cuánto influye la pasión al tomar decisiones?

Al principio, mucho. Mi transición fue muy corta, de la cancha al escritorio, y eso te golpea. Con el tiempo aprendés a equilibrar. Entendés lo que cuesta decidir con la cabeza cuando todo el entorno te exige desde el corazón.

-Si Estudiantes cotizara en bolsa, ¿cómo se equilibra pasión y gestión privada?

Yo creo que pueden convivir. La inversión privada no mata la pasión. El equilibrio es clave. No creo que el que pone plata no sienta. Al contrario, puede potenciar el crecimiento del club. Argentina podría tener un sistema único donde convivan lo social y lo empresarial. Pero es complejo, porque acá siempre se vive en los extremos.

-¿Cómo imaginás el club en diez años?

Totalmente distinto. Con más infraestructura, con una universidad funcionando, con capitales privados que aporten sin romper la esencia. Y quién te dice, cotizando en bolsa. Pero siempre con la raíz social intacta: el club como espacio de pertenencia, estudio, trabajo, deporte y comunidad.

-En tu experiencia, ¿qué aprendiste como dirigente?

Que el error más grande es subestimar las situaciones. Hay que rodearse de gente que sepa más que uno. El ego traiciona. Tenés que tener visión, equipo y valentía. Eso es todo.

-Decidiste crear la propia marca de ropa del club. ¿Cómo surgió?

Lo teníamos pensado hacía tiempo. Veíamos que las marcas no invertían, y la relación era inestable. Dijimos: “entre no ganar nada con otros y no ganar nada con lo nuestro, hagámoslo nosotros”. Y lo hicimos. Al principio fue prueba y error: materiales, logística, todo. Pero tuvo una gran respuesta. Hoy es el proyecto insignia del club.

-¿Cuáles son hoy las principales fuentes de ingreso?

Primero, la venta de jugadores. Después, las cuotas sociales. Luego la publicidad, las marcas y la televisación.

-En la cancha se ve mucha juventud.

Sí, hicimos un estudio: el 40% de los socios tiene menos de 40 años. Hay futuro. Y tenemos que trabajar para que haya más. Pero los tiempos cambiaron. Hoy cuesta más vincularse, hay menos diálogo cara a cara, más pantalla. En el fútbol, donde tenés que generar empatía y conocer al otro, eso se siente.

-¿Y cómo se maneja la presión por vender jugadores?

Es parte del proyecto institucional. Si hay buenos juveniles, tienen que jugar, porque eso sostiene la economía del club. Pero no se impone. Se trabaja en conjunto con el técnico.

-Hoy los entrenadores tienen más peso que antes.

Mucho más. Antes se hablaba del Milan de Sacchi; hoy se habla de Guardiola antes que del Manchester City. Cambió todo. Antes hacías pretemporadas de diez días corriendo sin tocar la pelota. Hoy el entrenamiento está segmentado, más corto, más analítico. La preparación es otra cosa.

-En tu época, las escuelas públicas nivelaban. Hoy las diferencias sociales son enormes. ¿Cómo impacta eso?

Es un problema serio. El fútbol exige cabeza, comprensión, rapidez mental. Antes alcanzaba con cubrir tu zona. Hoy el juego te pide pensar más. Y los chicos llegan con muchas presiones: problemas familiares, económicos. Por eso en inferiores hay cuerpos técnicos grandes, psicólogos, asistentes, coaches, neurocientíficos. Buscamos acompañarlos desde todos los ángulos.

-Los chicos hoy viven otras problemáticas: apuestas, ansiedad, redes. ¿Qué le dirías a los padres?

Que los dejen ser felices. Que no los presionen. Los chicos sufren el desarraigo, la ansiedad, la exigencia. Sienten que tienen que triunfar para no defraudar. Y eso los carga. Algunos dejan por eso. Hay que acompañar, no imponer.

-Estás muy comprometido con la comunidad.

Los clubes hoy cumplen el rol que antes tenía la escuela pública. Son espacios de educación, nutrición, psicología y contención. Antes en el aula estaban el hijo del médico y el del obrero. Eso se perdió, y el club lo mantiene. Por eso tenemos la obligación de ocupar ese lugar y fortalecerlo.

-Un lujo hablar con vos. Te vi emocionarte muchas veces; dedicá este momento al Ruso Prátola.

Fue un gran amigo… y siempre está presente.

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