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Temporada de terrazas: una puesta de sol inolvidable en el rooftop más antiguo de Recoleta

¿Por qué nos fascinan los bares en las alturas? Tal vez porque elevan, en un simple gesto, la experiencia cotidiana: basta subir por ascensor unos cuantos pisos para que la ciudad se vuelva paisaje, la mesa se transforme en mirador y el azul del atardecer contagie ese extraño sentimiento de plenitud que nos embarga cuando podemos verlo todo desde arriba, en perspectiva.

Aunque la presencia de bares en lo alto de los edificios parece una tendencia reciente, su origen podría situarse a fines del siglo XIX en la ciudad de Nueva York, cuando surgieron las primeras torres y las azoteas comenzaron a funcionar como espacio de ocio para mitigar el calor del verano. Uno de los primeros en abrir fue el jardín del Teatro Casino de Broadway, inaugurado en 1882 por el empresario Rudolph Aronson, que lo usó para conciertos y refugio de la elite. El segundo Madison Square Garden diseñado por Stanford White tenía un teatro en la terraza (el mismo lugar donde el arquitecto sería asesinado en 1906 por un marido celoso) y, pocos años más tarde, cuentan las crónicas, el Hotel Astor incorporó un jardín elevado lleno de palmeras, cascadas y hasta con un quiosco de música para espectáculos en vivo.

En Buenos Aires el fenómeno se multiplicó en los últimos tiempos, impulsado seguramente por la diversidad de arquitecturas que condesa el área urbana. Los emprendedores gastronómicos descubrieron allí una locación inesperada, y es así que donde antes hubo salas de máquinas, tanques de agua y modestas viviendas para los encargados hoy se despliegan barras luminosas, livings al aire libre y una promesa sencilla pero infalible: mirar Buenos Aires casi desde el cielo.

El rooftop del Hotel Alvear

Retiro, Puerto Madero, Recoleta y el Bajo con sus rascacielos que bordean el río, en todos esos puntos surgieron proyectos que convirtieron espacios muertos u olvidados en destinos de culto donde tomar un trago y detener el tiempo por un rato. Aún así, entre panorámicas que permiten apreciar desde Quilmes hasta el horizonte del Río de la Plata y divisar la bruma luminosa de Colonia o el extenso repertorio de cúpulas, torres y remates, hay un rooftop que conserva un encanto singular: el del Hotel Alvear, pionero absoluto de esta “moda” antes de que la moda existiera en la región.

El rooftop del Hotel Alvear

Dos atardeceres distintos y el mismo glamour

En las primeras décadas del siglo XX el empresario Rafael de Miero y su esposa Enriqueta Monsegur encontraron una oportunidad única para concretar un proyecto hotelero cuando una crisis económica obligó a la familia Dose a vender lotes próximos a su palacete, ubicado sobre la actual Avenida Alvear. Entonces la zona empezaba a poblarse de residencias magníficas, un marco inmejorable para construir un paquebote de estilo academicista, decorado con mobiliario de los Luises y toda la parafernalia de la Belle Epoque francesa, acorde a la estirpe de los huéspedes europeos.

La terraza formó parte de esa visión desde el inicio. El Roof Garden del Hotel Alvear—así se lo llamó en su inauguración en 1932— fue escenario de reuniones sociales, bailes y eventos aristocráticos que marcaron los tiempos dorados de una Argentina plena de vacas gordas.

Los distitnos atardeceres que se ven desde la terrazaEl bar abre de miércoles a domingo en el piso once.

Puesto en valor y rebautizado como Alvear Roof Bar, el espacio reabrió en 2015 sin perder un centímetro de su espíritu original. Con sus espléndidas pérgolas y a pasos de una mansarda, cuenta con dos áreas conectadas por un elegante corredor: en el sector sobre Alvear y Ayacucho se aprecian en primer plano los detalles de las arquitecturas vecinas, por ejemplo, la fachada del único edificio proyectado por Francisco Salamone en la ciudad, en la manzana donde antiguamente estuvo el Palacio Dose. En el otro extremo, hacia Posadas y Ayacucho, se puede ver a los aviones despegar, a la Avenida Figueroa Alcorta y sus jacarandás, la Facultad de Derecho y más allá los barcos anclados en el puerto, esperando zarpar. El momento epifánico llega con la puesta del sol, una postal única gracias a que hay pocos edificios altos obstruyendo la visión.

El bar abre de miércoles a domingo en el piso once. La carta es corta pero eficaz a los fines contemplativos: cócteles clásicos, otros más contemporáneos, algunas etiquetas de los mejores vinos y espumantes, más platitos y tapeo del bueno, algo de sushi, música suave, gente hablando en voz baja. Para qué más.

​Funciona desde tiempos fundacionales en el piso once del edificio más elegante de Recoleta y ofrece dos puntos de observación para apreciar zonas y construcciones emblemáticas de la ciudad  LA NACION