Cumbre Trump-Putin: una negociación que trasciende a Ucrania
La cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska fue uno de esos eventos que condensan, en un solo gesto, múltiples capas de la política internacional contemporánea.
Lo que a primera vista parecía un intento de avanzar hacia una paz en Ucrania terminó siendo, sobre todo, un despliegue de simbolismo y realpolitik, que habla tanto del conflicto en Europa del Este como de la estrategia de poder de Washington en un mundo crecientemente multipolar.
El hecho de que Putin haya descendido de su avión en Anchorage sobre una alfombra roja desplegada por militares norteamericanos, pese a la orden de arresto que pesa en su contra emitida por la Corte Penal Internacional, resulta en sí mismo un triunfo político para el Kremlin.
El líder ruso, marginado durante más de tres años de los foros internacionales tras la invasión de Ucrania en 2022, logró lo que parecía impensado: ser recibido en territorio estadounidense, con honores protocolares y trato de par en par, de la mano del presidente norteamericano.
La foto de ambos compartiendo la limusina presidencial se convirtió en la postal que Putin necesitaba para mostrarle al mundo que sigue siendo un actor central.
Condiciones firmas
Sin embargo, la reunión de menos de tres horas no arrojó resultados concretos. No hubo acuerdo de cese de hostilidades ni mucho menos un plan de paz.
Trump insistió en que prefiere un “acuerdo permanente” antes que un simple alto el fuego, alegando que estos “a menudo no se sostienen”.
Esto va en línea con la narrativa que sostiene el Kremlin desde hace años. El presidente estadounidense parece interesado, sobre todo, en instalar la idea de que únicamente bajo su liderazgo es posible imaginar una salida al conflicto.
Putin, por su parte, repitió las condiciones maximalistas que Kiev rechaza desde hace tiempo: reconocimiento de la soberanía rusa sobre Crimea, Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia; renuncia a ingresar en la Otan y neutralidad militar.
En la práctica, significan la capitulación de Ucrania. Para Volodimir Zelenski, aceptar semejantes exigencias sería claudicar ante la agresión, sentando un precedente fatal para la seguridad europea.
Pragmatismo y paradoja
La política internacional rara vez se mueve en línea recta. La cumbre en Alaska refleja, en cambio, las tensiones de un orden global en transición.
Estados Unidos oscila entre el intento de mantener su primacía y la aceptación de que ya no puede gestionar solo los principales conflictos del planeta.
Trump parece comprender algo que Henry Kissinger había advertido décadas atrás: que aislar simultáneamente a Rusia y a China equivale a empujar a ambos gigantes hacia una alianza estratégica, tal vez ampliada a India y a potencias emergentes como Brasil.
En ese marco, tender puentes con Moscú puede ser visto como un movimiento pragmático para evitar un bloque euroasiático consolidado que desafíe abiertamente a Occidente.
La paradoja es que, mientras Washington busca proyectar fortaleza, en Europa crece la desconfianza hacia la Casa Blanca.
Bruselas observa con inquietud que Trump priorice la negociación directa con Putin antes que la coordinación con la Otan y los socios europeos. Para los aliados, la peor pesadilla es un acuerdo cocinado entre Estados Unidos y Rusia a espaldas de Kiev, con concesiones territoriales disfrazadas de “paz duradera”.
Un mundo unipolar o multipolar
En este tablero, Zelenski juega una partida a contrarreloj. Su viaje a Washington, previsto para el lunes, apunta a reafirmar que “nada sobre Ucrania puede decidirse sin Ucrania”.
El presidente ucraniano busca garantías de seguridad más firmes y un compromiso occidental que trascienda el calendario electoral norteamericano.
La guerra, que ya se acerca a los cuatro años, continúa desangrando al país con miles de muertos semanales, y el temor es que el cansancio internacional empuje a soluciones rápidas en detrimento de los intereses de Kiev.
La cumbre de Alaska, más que acercar la paz, refuerza la idea de que estamos ante una guerra que trasciende la cuestión territorial.
Es una disputa sobre la forma que adoptará el orden internacional en las próximas décadas: unipolar, con Estados Unidos aún en la cima, o multipolar, con Rusia, China, India y otras potencias emergentes reclamando espacios de influencia.
Trump lo sabe, Putin lo aprovecha y Zelenski intenta resistir. Entre tanto, los combates en el frente ucraniano siguen su curso, recordando que detrás de los gestos diplomáticos y las sonrisas en cámara, la tragedia humana continúa.
Analista internacional
La cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska fue uno de esos eventos que condensan, en un solo gesto, múltiples capas de la política internacional contemporánea. Lo que a primera vista parecía un intento de avanzar hacia una paz en Ucrania terminó siendo, sobre todo, un despliegue de simbolismo y realpolitik, que habla tanto del conflicto en Europa del Este como de la estrategia de poder de Washington en un mundo crecientemente multipolar.El hecho de que Putin haya descendido de su avión en Anchorage sobre una alfombra roja desplegada por militares norteamericanos, pese a la orden de arresto que pesa en su contra emitida por la Corte Penal Internacional, resulta en sí mismo un triunfo político para el Kremlin. El líder ruso, marginado durante más de tres años de los foros internacionales tras la invasión de Ucrania en 2022, logró lo que parecía impensado: ser recibido en territorio estadounidense, con honores protocolares y trato de par en par, de la mano del presidente norteamericano. La foto de ambos compartiendo la limusina presidencial se convirtió en la postal que Putin necesitaba para mostrarle al mundo que sigue siendo un actor central.Condiciones firmasSin embargo, la reunión de menos de tres horas no arrojó resultados concretos. No hubo acuerdo de cese de hostilidades ni mucho menos un plan de paz. Trump insistió en que prefiere un “acuerdo permanente” antes que un simple alto el fuego, alegando que estos “a menudo no se sostienen”. Esto va en línea con la narrativa que sostiene el Kremlin desde hace años. El presidente estadounidense parece interesado, sobre todo, en instalar la idea de que únicamente bajo su liderazgo es posible imaginar una salida al conflicto.Putin, por su parte, repitió las condiciones maximalistas que Kiev rechaza desde hace tiempo: reconocimiento de la soberanía rusa sobre Crimea, Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia; renuncia a ingresar en la Otan y neutralidad militar. En la práctica, significan la capitulación de Ucrania. Para Volodimir Zelenski, aceptar semejantes exigencias sería claudicar ante la agresión, sentando un precedente fatal para la seguridad europea.Pragmatismo y paradojaLa política internacional rara vez se mueve en línea recta. La cumbre en Alaska refleja, en cambio, las tensiones de un orden global en transición. Estados Unidos oscila entre el intento de mantener su primacía y la aceptación de que ya no puede gestionar solo los principales conflictos del planeta. Trump parece comprender algo que Henry Kissinger había advertido décadas atrás: que aislar simultáneamente a Rusia y a China equivale a empujar a ambos gigantes hacia una alianza estratégica, tal vez ampliada a India y a potencias emergentes como Brasil. En ese marco, tender puentes con Moscú puede ser visto como un movimiento pragmático para evitar un bloque euroasiático consolidado que desafíe abiertamente a Occidente.La paradoja es que, mientras Washington busca proyectar fortaleza, en Europa crece la desconfianza hacia la Casa Blanca. Bruselas observa con inquietud que Trump priorice la negociación directa con Putin antes que la coordinación con la Otan y los socios europeos. Para los aliados, la peor pesadilla es un acuerdo cocinado entre Estados Unidos y Rusia a espaldas de Kiev, con concesiones territoriales disfrazadas de “paz duradera”.Un mundo unipolar o multipolarEn este tablero, Zelenski juega una partida a contrarreloj. Su viaje a Washington, previsto para el lunes, apunta a reafirmar que “nada sobre Ucrania puede decidirse sin Ucrania”. El presidente ucraniano busca garantías de seguridad más firmes y un compromiso occidental que trascienda el calendario electoral norteamericano. La guerra, que ya se acerca a los cuatro años, continúa desangrando al país con miles de muertos semanales, y el temor es que el cansancio internacional empuje a soluciones rápidas en detrimento de los intereses de Kiev.La cumbre de Alaska, más que acercar la paz, refuerza la idea de que estamos ante una guerra que trasciende la cuestión territorial. Es una disputa sobre la forma que adoptará el orden internacional en las próximas décadas: unipolar, con Estados Unidos aún en la cima, o multipolar, con Rusia, China, India y otras potencias emergentes reclamando espacios de influencia. Trump lo sabe, Putin lo aprovecha y Zelenski intenta resistir. Entre tanto, los combates en el frente ucraniano siguen su curso, recordando que detrás de los gestos diplomáticos y las sonrisas en cámara, la tragedia humana continúa.Analista internacional La Voz