Del traje a rayas al chaleco de fuerza
Erasmo de Rotterdam (1466-1536), el gran humanista neerlandés, se hizo famoso por su obra Elogio de la Locura donde, con tono satírico, exaltó las ventajas de la estulticia sobre la razón, ya que el alienado, al ignorar que lo es, vive feliz disfrutando de sus necedades. Fue su manera de criticar vicios de clérigos y nobles en un ensayo de enseñanzas benévolas, sin enconos ni asperezas. Con menor sutileza y mayor torpeza, la ex vicepresidenta Cristina Kirchner fustigó a Javier Milei, luego de su séptimo discurso por cadena nacional, tratándolo de “loco y mentiroso” y asegurando que “lo van a sacar con un chaleco de fuerza de la Casa Rosada”.
Erasmo era reconocido por su humor incisivo y, si hubiera sido testigo del entredicho, habría recordado aquel antiguo refrán del muerto que ríe del degollado. Pues, si de ropajes se trata, la condenada a prisión domiciliaria, al predecir la exclusión de Milei como demente furioso, olvidó que ella hubiera ostentado un traje a rayas si Juan Domingo Perón no la hubiera salvado de ese atuendo carcelario cuando lo prohibió en 1947, previendo el futuro infortunio de su discípula.
Suele llamarse “loco Milei” al Presidente, en el mismo sentido que se lo calificó a Sarmiento por su lenguaje procaz y su furibunda crítica a la barbarie, antítesis del ideal ilustrado de progreso. Pero también se lo adjetiva así por haberse metido en una batalla que nunca nadie quiso librar contra los intereses creados, dentro y fuera del Estado. “Este país solo lo puede arreglar un loco” suele escucharse, con referencia a los múltiples frentes abiertos ante la oposición peronista y la izquierda vernácula, proverbiales defensores del statu quo corporativo. Quizás por eso la ocupante de la celda domiciliaria N° 1111 desea su pronto desahucio con camisa embretada.
Sin embargo, ninguna virtud nos ha legado la presa de la calle San José, el primer santo, quien debe implorar desde el cielo el milagro de una mejor vecina. Los cimientos de la sociedad argentina fueron socavados por fraudes al pacto de convivencia tramados en su provecho. El traje a rayas virtual del que nunca podrá desprenderse, no solo es estigma de sus delitos sino también, y en mayor grado, del daño causado al frágil andamiaje que sostiene nuestro cuerpo colectivo.
Nuestro país, crisol de razas, debió “forjar una nación para el desierto argentino” (Halperín Donghi, 1982) a través de la educación común, gratuita y obligatoria que nos destacó en América Latina. Sin embargo, ese capital social que costó tantos años construir con delantales blancos, “Aurora” y el diario izar de la bandera, fue casi destruido durante dos décadas de kirchnerismo. La “locura de Milei” y la herencia de Cristina Kirchner son anverso y reverso de la misma moneda. La demolición ética y el cataclismo económico subsiguiente trajeron, de forma imprevista, a quien se propuso reconstruirlos prometiendo ortodoxia fiscal y motosierra.
En 2011, Roberto Feletti, entonces viceministro de Economía, pidió profundizar el populismo para hacerlo “sustentable” pues, “ganada la batalla cultural contra los medios y triunfando en las elecciones, no tendremos límites”. Cristina Kirchner ya se había declarado hegeliana en favor de un Estado hegemónico, única “eticidad” frente al egoísmo de la sociedad civil. Las bolsas del convento, los cuadernos de Centeno, los hoteles de El Calafate y los billetes de la Rosadita harían infartar al idealista alemán.
Esa batalla cultural contra los valores del trabajo y el esfuerzo, el ahorro y la inversión, el mérito y el progreso, el premio y el castigo los llevaron a cooptar el Estado para “ir por todo” y arrollar a la clase media, muro histórico de contención. Aquella ofensiva incluyó una reversión de la historia argentina, para que los jóvenes creyeran que todo comenzó en 2003. La prédica sistemática inculcó valores opuestos a los que hicieron de la Argentina un gran país. Se reescribió la historia de Mitre, se ridiculizó a Sarmiento, se ignoró a Avellaneda y se denostó a Roca (a quien Perón admiraba). El ideario de Eduardo Wilde, Paul Groussac, Miguel Cané, Carlos Pellegrini y Joaquín V. González fue sustituido por mitos precapitalistas que retrotrajeron a tiempos coloniales.
Se calificó de bueno, lo malo. Y lo peor, de ejemplar. Incumplir obligaciones, violar contratos, controlar precios, congelar tarifas, licuar salarios, digitar jubilaciones, manipular el dólar, limitar importaciones, bloquear exportaciones, aplaudir defaults, falsear índices, aniquilar la moneda, perseguir a la prensa, manipular pautas, malversar recursos, subsidiar tarifas, subvencionar transportes, acrecentar déficits, multiplicar ñoquis, someter intelectuales, subordinar la docencia, emplear adeptos, estatizar actividades, prohibir despidos, impedir desalojos, liberar presos y humillar a los necesitados. Suma de desatinos que afectó la brújula moral del pueblo argentino.
Con la destrucción de la moneda se esfumó el ahorro. Con los controles de precios, se vaciaron las góndolas. Con la escasez, prosperó el mercado negro. Con las leyes de locación desaparecieron los alquileres. Con el cepo cambiario se detuvieron las fábricas, salvo de los amigos. Con la degradación de la escuela pública se incrementó la desigualdad educativa. Con el adoctrinamiento escolar se obturó el pensamiento crítico. Con la falta de inversión se redujo el empleo regular. Con la falta de trabajo formal se desarticularon las familias. Con la informalidad se desfondó el sistema previsional. Con el clientelismo se politizaron las oportunidades. Con el garantismo se privilegió a los victimarios. Con la mayor inseguridad se dañó la vida comunitaria. Con los ejemplos de corrupción se hizo habitual lo condenable.
Especulación, picardía, emigración de los mejores y fuga de capitales fueron la respuesta espontánea ante la desaparición del Estado austero y eficaz que preveía la Constitución de 1853. Tras el telón de los nuevos derechos se expandieron la pobreza, el desempleo, la informalidad y los planes sociales, el abandono escolar, la violencia familiar, la desnutrición infantil, el negocio del paco y el delito para obtenerlo. Se multiplicaron los punteros, manteros, cartoneros y okupas con sus tomas, marchas, piquetes y acampes. Esa fue la nueva normalidad luego de dos décadas de “razón populista”, al decir de Ernesto Laclau, que aún permea la cultura de los argentinos.
Aquellos desatinos deben erradicarse para que el país se ponga de pie. No solamente en la economía, sino también en las instituciones, los valores, las ideas y creencias, las reglas no escritas y los códigos compartidos de convivencia social. Se requieren sólidos consensos que aseguren la perdurabilidad de las transformaciones. No bastan las medidas del Banco Central, ni de Hipólito Yrigoyen 250, pues el cambio sustentable pertenece al ámbito elusivo de la política, dominada por el corto plazo, con sus tácticas, sus votos y sus vetos. Las urnas deberán corregir el rumbo pues de lo contrario la brújula seguirá confundida y un nuevo naufragio será inevitable. Aunque parezca “cosa de locos” como diría Erasmo, el humanista, desde su mirador histórico.
Deben erradicarse los desatinos para poner al país de pie no solo en la economía, sino en las instituciones, los valores, las ideas, las creencias y las reglas y códigos de convivencia social LA NACION