Estados Unidos y su guerra civil por goteo
“Lo maté porque era muy famoso.. y yo buscaba mi propia gloria”, dijo Mark Chapman sobre el asesinato de John Lennon.
Usó la palabra gloria pero se refería a existir, en los términos que implica la existencia en la era de la atroz disyuntiva “éxito-fracaso”.
El “éxito” coloca a las personas en la dimensión del “ser”, y el “fracaso” las arroja al “no ser”. Una de sus consecuencias es el “mato, luego existo”.
Meses después del asesinato del ex-Beatle, John Winckley hirió a Ronald Reagan porque quería llamar la atención de Jodie Foster. Pensó que matando al entonces presidente lograría que la actriz de Taxi driver reparara en su existencia. O sea, recién existiría si ella sabía algo sobre él: que mató a Reagan imitando una escena de la película de Scorsese. Otra vez el “mato, luego existo”.
Así planteada, la paráfrasis alterada de lo que Descartes expresó en El discurso del método describe la patología psicosocial que lleva muchas décadas haciendo correr ríos de sangre. Sin embargo, con unos pocos datos que hurgó el FBI, Donald Trump se apresuró a sumar el asesinato de Charlie Kirk a los dos atentados que hubo contra su vida, y denunciar “terrorismo de izquierda”.
Amén de lo deleznable que son los festejos de muchos “progresistas” en las redes, ni está claro que el atentado pueda considerarse un crimen izquierdista ni es cierto que los blancos de la violencia política sean sólo conservadores.
En la guerra civil por goteo que vive Estados Unidos, se produjo el asalto al Capitolio que dejó cinco muertos; una legisladora demócrata y su marido fueron asesinados en Minneapolis, igual que un senador progresista de Minnesota. También fue atacada la casa de Nancy Pelosi y fue herido el marido de la dirigente demócrata. Hubo además un plan para secuestrar a Gretchen Whitmer, gobernadora progresista de Michigan, y una toma ultraderechista del Capitolio de Lansing.
La estadística muestra más blancos demócratas que republicanos. Pero muchos crímenes, como el de Kirk, no parecen enmarcarse en la dimensión política sino en la de otra patología que de manera recurrente causa magnicidios y masacres.
Al principio, los autores eran veteranos de Corea y Vietnam que regresaban emocionalmente desquiciados. Pero en las últimas cuatro décadas, la mayoría de los casos tuvieron que ver con desequilibrios emocionales vinculados a patologías de la sociedad norteamericana.
Muchos fueron los crímenes y las masacres cometidos por personas atrapadas en la disyuntiva éxito-fracaso. “No existís” es la sentencia a los perdedores en una sociedad exitista. En este derrumbe de la inteligencia y la compasión, urge ser percibido para sentir la existencia. “Si no me perciben, no existo”. Esa convicción devastadora lleva medio siglo causando estragos.
Chapman usó mal la palabra “gloria”. Alcanzar la “gloria” es lo que sintió Nathuram Godse, el ultra-hinduista que asesinó en 1948 al mahatma Gandhi, acusándolo de concesivo con los musulmanes. Como muchos de sus camaradas en el partido Hindu Mahasabha, Godse era un fanático. Y los fanáticos son capaces de hacer lo peor con las “mejores” intenciones.
El caso de los náufragos en la invisibilidad es diferente. Eso sería Tyler Robinson, el asesino de Charlie Kirk. Sin embargo, muchos conservadores lo describen como izquierdista y homosexual. Eso hizo el gobernador de Utah. Según Spencer Cox, el asesino había posteado opiniones izquierdistas y estaba en pareja con una persona transexual.
Demasiado poco para calificarlo como crimen izquierdista. Con ese rigor, en 1981 habrían acusado a la ultraderecha neonazi por el atentado contra Ronald Reagan. Quien disparó contra el entonces presidente tenía en su habitación libros nazis, pero lo que reveló el juicio es que Winckle era un desquiciado que quiso llamar la atención de Jodi Foster. Estaba enamorado de la actriz y, para “existir”, necesitaba ser percibido por ella y pensó que lo conseguiría si mataba a Reagan.
Ahora, con datos que muestran a Robinson como miembro de una familia republicana, con pocos y nebulosos balbuceos políticos, el espectro ultraconservador apunta su dedo acusador hacia la “América liberal”, que es mayormente socialdemócrata, feminista y partidaria del respeto a la diversidad sexual.
En esta guerra civil por goteo, es peligroso politizar los asesinatos. Eso hacen Trump, Spencer Cox y los demás que consideran político un crimen que estaría enmarcado en patologías psicosociales de Estados Unidos.
El presidente, además, lo usa para lanzar una campaña de censura, por la que la cadena ABC clausuró un programa crítico del gobierno y hubo un pedido a la cadena NBC para que haga lo mismo con el comentarista que más lo cuestiona desde esa pantalla.
En 1973, el general Francisco Franco usó el asesinato del almirante Luis Carrero Blanco, cometido por ETA, para reforzar la persecución política y la censura.
Franco era un dictador y Trump es el presidente de una democracia, pero parece decidido a reemplazarla por una dictadura.
*Periodista y politólogo
“Lo maté porque era muy famoso.. y yo buscaba mi propia gloria”, dijo Mark Chapman sobre el asesinato de John Lennon.Usó la palabra gloria pero se refería a existir, en los términos que implica la existencia en la era de la atroz disyuntiva “éxito-fracaso”.El “éxito” coloca a las personas en la dimensión del “ser”, y el “fracaso” las arroja al “no ser”. Una de sus consecuencias es el “mato, luego existo”.Meses después del asesinato del ex-Beatle, John Winckley hirió a Ronald Reagan porque quería llamar la atención de Jodie Foster. Pensó que matando al entonces presidente lograría que la actriz de Taxi driver reparara en su existencia. O sea, recién existiría si ella sabía algo sobre él: que mató a Reagan imitando una escena de la película de Scorsese. Otra vez el “mato, luego existo”.Así planteada, la paráfrasis alterada de lo que Descartes expresó en El discurso del método describe la patología psicosocial que lleva muchas décadas haciendo correr ríos de sangre. Sin embargo, con unos pocos datos que hurgó el FBI, Donald Trump se apresuró a sumar el asesinato de Charlie Kirk a los dos atentados que hubo contra su vida, y denunciar “terrorismo de izquierda”.Amén de lo deleznable que son los festejos de muchos “progresistas” en las redes, ni está claro que el atentado pueda considerarse un crimen izquierdista ni es cierto que los blancos de la violencia política sean sólo conservadores.En la guerra civil por goteo que vive Estados Unidos, se produjo el asalto al Capitolio que dejó cinco muertos; una legisladora demócrata y su marido fueron asesinados en Minneapolis, igual que un senador progresista de Minnesota. También fue atacada la casa de Nancy Pelosi y fue herido el marido de la dirigente demócrata. Hubo además un plan para secuestrar a Gretchen Whitmer, gobernadora progresista de Michigan, y una toma ultraderechista del Capitolio de Lansing.La estadística muestra más blancos demócratas que republicanos. Pero muchos crímenes, como el de Kirk, no parecen enmarcarse en la dimensión política sino en la de otra patología que de manera recurrente causa magnicidios y masacres.Al principio, los autores eran veteranos de Corea y Vietnam que regresaban emocionalmente desquiciados. Pero en las últimas cuatro décadas, la mayoría de los casos tuvieron que ver con desequilibrios emocionales vinculados a patologías de la sociedad norteamericana.Muchos fueron los crímenes y las masacres cometidos por personas atrapadas en la disyuntiva éxito-fracaso. “No existís” es la sentencia a los perdedores en una sociedad exitista. En este derrumbe de la inteligencia y la compasión, urge ser percibido para sentir la existencia. “Si no me perciben, no existo”. Esa convicción devastadora lleva medio siglo causando estragos.Chapman usó mal la palabra “gloria”. Alcanzar la “gloria” es lo que sintió Nathuram Godse, el ultra-hinduista que asesinó en 1948 al mahatma Gandhi, acusándolo de concesivo con los musulmanes. Como muchos de sus camaradas en el partido Hindu Mahasabha, Godse era un fanático. Y los fanáticos son capaces de hacer lo peor con las “mejores” intenciones.El caso de los náufragos en la invisibilidad es diferente. Eso sería Tyler Robinson, el asesino de Charlie Kirk. Sin embargo, muchos conservadores lo describen como izquierdista y homosexual. Eso hizo el gobernador de Utah. Según Spencer Cox, el asesino había posteado opiniones izquierdistas y estaba en pareja con una persona transexual.Demasiado poco para calificarlo como crimen izquierdista. Con ese rigor, en 1981 habrían acusado a la ultraderecha neonazi por el atentado contra Ronald Reagan. Quien disparó contra el entonces presidente tenía en su habitación libros nazis, pero lo que reveló el juicio es que Winckle era un desquiciado que quiso llamar la atención de Jodi Foster. Estaba enamorado de la actriz y, para “existir”, necesitaba ser percibido por ella y pensó que lo conseguiría si mataba a Reagan.Ahora, con datos que muestran a Robinson como miembro de una familia republicana, con pocos y nebulosos balbuceos políticos, el espectro ultraconservador apunta su dedo acusador hacia la “América liberal”, que es mayormente socialdemócrata, feminista y partidaria del respeto a la diversidad sexual.En esta guerra civil por goteo, es peligroso politizar los asesinatos. Eso hacen Trump, Spencer Cox y los demás que consideran político un crimen que estaría enmarcado en patologías psicosociales de Estados Unidos.El presidente, además, lo usa para lanzar una campaña de censura, por la que la cadena ABC clausuró un programa crítico del gobierno y hubo un pedido a la cadena NBC para que haga lo mismo con el comentarista que más lo cuestiona desde esa pantalla.En 1973, el general Francisco Franco usó el asesinato del almirante Luis Carrero Blanco, cometido por ETA, para reforzar la persecución política y la censura. Franco era un dictador y Trump es el presidente de una democracia, pero parece decidido a reemplazarla por una dictadura.*Periodista y politólogo La Voz