NACIONALES

El pecado del presidente de EE.UU.

MONTEVIDEO.- Todo lo que dice Donald Trump suele generar polémica. Su marca personal es no pasar desapercibido. Siguiendo, esa línea, su reciente discurso ante la Asamblea General de la ONU ha provocado ríos de tinta y reacciones indignadas. En particular, en el mundo aburguesado de la política profesional, donde se considera que las palabras del mandatario americano, rompen con códigos no escritos de convivencia y corrección política. Lo que no dicen estas voces es la verdad incómoda que todos quienes siguen la política internacional tienen muy claro, y comentan por lo bajo: que mucho de lo que dice Trump son verdades como puños.

El presidente estadounidense acusó a la ONU de ineficiencia y de no cumplir con su mandato fundacional, que es evitar guerras y conflictos. Y si vemos lo que ha ocurrido en las últimas décadas, el organismo no ha tenido ni espalda, ni ejecutividad para intervenir a fondo en ninguno de los episodios complejos que ha vivido el planeta. No hablamos ya de Medio Oriente, donde su rol ha sido nulo, o negativo. Desde Siria a Venezuela, de Ucrania a Sudán, esa organización no ha tenido respuesta a las crisis que han estallado.

Trump ha dicho que las agencias de la ONU han sido tomadas por activistas ideologizados, que impulsan agendas que no solo no representan un consenso general de las sociedades a las que dicen representar. Sino que en muchos casos se han puesto directamente al frente de políticas que son rechazadas por la mayoría de la población mundial. Trump mencionó el tema del apoyo a la inmigración descontrolada, al abuso del instituto del refugiado, de las agendas sobre control de la natalidad, de las políticas infinanciables sobre cambio climático, entre otras.

Nadie que conozca el funcionamiento de este organismo puede negar la veracidad de lo que dice Trump.

Como todo ente público, la ONU parece haber sido tomada por un estamento burocrático, muy alejado de los anhelos y preocupaciones de la gente de a pie. Es víctima demasiado fácil de la presión de lobbies y organizaciones no gubernamentales muy bien financiadas, y que imponen en forma prioritaria agendas que están lejísimos de las urgencias reales del mundo.

Y, por último, la ONU y sus oficinas más vocales, parecen estar completamente dominadas por la sensibilidad y forma de ver el mundo de una izquierda neomarxista, que impulsa todo el tiempo políticas contrarias a los valores más caros para la historia occidental, desde la libertad de expresión, hasta la prosperidad económica, pasando por la familia tradicional, o la libertad religiosa.

No es casualidad que la ONU tenga cada semana una declaración condenatoria contra Israel, pero un silencio llamativo frente a lo que ocurre en otros lugares.

Lo que mucha gente que se indigna ante las palabras de Trump, (o ante lo que dice este editorial) no quiere reconocer, es que éste no es una causa de los problemas sino una consecuencia.

Todo el mundo sabe que la ONU demanda hace años una reforma de fondo en su funcionamiento, que la haga más ejecutiva, eficiente, y representativa del orden mundial actual. Y que así como está ahora, no sirve a los objetivos para los que fue creada. Sino para el mantenimiento de una casta de burocracia global, que crece año a año, en forma inversamente proporcional a sus resultados.

Cuando alguien se sienta a hablar con funcionarios de la ONU o de algunos de sus organismos específicos, bajo cuerda reconocen todos estos problemas. Como mucho señalan que la crítica es exagerada, y que amenaza destruir a una organización que tiene un potencial tremendo, y que es clave en un mundo cada vez más interconectado.

Y también tienen razón. El problema es que el statu quo actual no es sostenible. No se puede mantener un sistema que parece dedicado a criticar de forma permanente al país que la financia de manera central. Que tiene a representantes de dictaduras y regímenes genocidas sentados al lado de democracias funcionales, que permite que su autoridad quede dañada por apoyar a agencias que tienen agendas ideológicas excluyentes. Y que no parece tener ningún sistema de contrapeso interno, que exija rendir cuentas de sus errores. Un ejemplo claro después del desastre que fue su manejo de la pandemia, la OMS sigue manteniendo al etíope Tedros Ghebreyesus como Director General.

El mundo necesita una ONU funcional, eficiente. En vez de enojarse con Trump, con el síntoma, es urgente encarar las causas que conspiran contra su credibilidad.

​MONTEVIDEO.- Todo lo que dice Donald Trump suele generar polémica. Su marca personal es no pasar desapercibido. Siguiendo, esa línea, su reciente discurso ante la Asamblea General de la ONU ha provocado ríos de tinta y reacciones indignadas. En particular, en el mundo aburguesado de la política profesional, donde se considera que las palabras del mandatario americano, rompen con códigos no escritos de convivencia y corrección política. Lo que no dicen estas voces es la verdad incómoda que todos quienes siguen la política internacional tienen muy claro, y comentan por lo bajo: que mucho de lo que dice Trump son verdades como puños.El presidente estadounidense acusó a la ONU de ineficiencia y de no cumplir con su mandato fundacional, que es evitar guerras y conflictos. Y si vemos lo que ha ocurrido en las últimas décadas, el organismo no ha tenido ni espalda, ni ejecutividad para intervenir a fondo en ninguno de los episodios complejos que ha vivido el planeta. No hablamos ya de Medio Oriente, donde su rol ha sido nulo, o negativo. Desde Siria a Venezuela, de Ucrania a Sudán, esa organización no ha tenido respuesta a las crisis que han estallado.Trump ha dicho que las agencias de la ONU han sido tomadas por activistas ideologizados, que impulsan agendas que no solo no representan un consenso general de las sociedades a las que dicen representar. Sino que en muchos casos se han puesto directamente al frente de políticas que son rechazadas por la mayoría de la población mundial. Trump mencionó el tema del apoyo a la inmigración descontrolada, al abuso del instituto del refugiado, de las agendas sobre control de la natalidad, de las políticas infinanciables sobre cambio climático, entre otras.Nadie que conozca el funcionamiento de este organismo puede negar la veracidad de lo que dice Trump.Como todo ente público, la ONU parece haber sido tomada por un estamento burocrático, muy alejado de los anhelos y preocupaciones de la gente de a pie. Es víctima demasiado fácil de la presión de lobbies y organizaciones no gubernamentales muy bien financiadas, y que imponen en forma prioritaria agendas que están lejísimos de las urgencias reales del mundo.Y, por último, la ONU y sus oficinas más vocales, parecen estar completamente dominadas por la sensibilidad y forma de ver el mundo de una izquierda neomarxista, que impulsa todo el tiempo políticas contrarias a los valores más caros para la historia occidental, desde la libertad de expresión, hasta la prosperidad económica, pasando por la familia tradicional, o la libertad religiosa.No es casualidad que la ONU tenga cada semana una declaración condenatoria contra Israel, pero un silencio llamativo frente a lo que ocurre en otros lugares.Lo que mucha gente que se indigna ante las palabras de Trump, (o ante lo que dice este editorial) no quiere reconocer, es que éste no es una causa de los problemas sino una consecuencia.Todo el mundo sabe que la ONU demanda hace años una reforma de fondo en su funcionamiento, que la haga más ejecutiva, eficiente, y representativa del orden mundial actual. Y que así como está ahora, no sirve a los objetivos para los que fue creada. Sino para el mantenimiento de una casta de burocracia global, que crece año a año, en forma inversamente proporcional a sus resultados.Cuando alguien se sienta a hablar con funcionarios de la ONU o de algunos de sus organismos específicos, bajo cuerda reconocen todos estos problemas. Como mucho señalan que la crítica es exagerada, y que amenaza destruir a una organización que tiene un potencial tremendo, y que es clave en un mundo cada vez más interconectado.Y también tienen razón. El problema es que el statu quo actual no es sostenible. No se puede mantener un sistema que parece dedicado a criticar de forma permanente al país que la financia de manera central. Que tiene a representantes de dictaduras y regímenes genocidas sentados al lado de democracias funcionales, que permite que su autoridad quede dañada por apoyar a agencias que tienen agendas ideológicas excluyentes. Y que no parece tener ningún sistema de contrapeso interno, que exija rendir cuentas de sus errores. Un ejemplo claro después del desastre que fue su manejo de la pandemia, la OMS sigue manteniendo al etíope Tedros Ghebreyesus como Director General.El mundo necesita una ONU funcional, eficiente. En vez de enojarse con Trump, con el síntoma, es urgente encarar las causas que conspiran contra su credibilidad.  LA NACION