Infancias en línea: derechos que no pueden quedar fuera de la pantalla
Con la incorporación de la Convención sobre los Derechos del Niño a nuestra legislación nacional asumimos un compromiso histórico: reconocer a niños, niñas y adolescentes como sujetos plenos de derechos, con voz propia y garantías de protección en todos los aspectos de su vida.
Ese compromiso hoy enfrenta un nuevo desafío: la vida de la infancia ya no transcurre únicamente en plazas, escuelas o clubes, sino también en pantallas y plataformas digitales. La tecnología atraviesa su educación, sus vínculos y hasta su identidad. Sin embargo, la mayoría de los entornos digitales no están diseñados pensando en ellos, sino en un usuario adulto genérico.
Aquí surge una pregunta clave: ¿cómo cuidamos los derechos de las infancias y adolescencias en un mundo digital que muchas veces los invisibiliza? La respuesta más frecuente ha sido el control: limitar accesos, revisar conversaciones, prohibir el uso de celulares. Pero ese atajo bienintencionado resulta insuficiente. La experiencia muestra que, en lugar de ciudadanos digitales responsables de su uso, el exceso de control genera debilitamiento del vínculo parental, overparentalidad y refuerza la idea de la niñez como objeto de cuidado. El resultado es lo contrario de lo buscado: distancia, desconfianza y silencio.
Necesitamos otra mirada. Hablar de confianza no significa desentenderse, sino acompañar con escucha y diálogo. La parentalidad positiva propone criar desde el respeto y la participación, reconociendo que niñas y niños tienen derecho a equivocarse, a aprender y a expresarse también en lo digital.
La tarea no es solo de las familias. Empresas tecnológicas, Estados y organismos internacionales deben asumir su parte. Herramientas como la Evaluación del Impacto en Derechos de la Infancia (ERIC) empiezan a marcar un camino, impulsando a las plataformas a pensar desde el diseño en la seguridad, la privacidad y la participación de los más jóvenes.
Proteger no es vigilar: es garantizar condiciones para que cada niño crezca con dignidad. Hoy esa dignidad también se juega en el mundo digital. No podemos seguir pensando los derechos de la infancia solo en términos de plazas, escuelas y hogares, porque también se definen en algoritmos, sesgos de confirmación, plataformas y aplicaciones.
Hoy, Día Nacional por los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes en la Argentina, el llamado es doble: a las familias, para que elijan la confianza y el diálogo en lugar de encerrarse en lógicas de control; y a quienes diseñan políticas públicas, para que regulen y acompañen con firmeza a las empresas tecnológicas. Solo así podremos asegurar que nuestros hijos e hijas no sean simples consumidores de pantallas, sino ciudadanos plenos de derechos en la sociedad digital que hoy habitan.
Profesora de Familia y Tecnología del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austra.
Con la incorporación de la Convención sobre los Derechos del Niño a nuestra legislación nacional asumimos un compromiso histórico: reconocer a niños, niñas y adolescentes como sujetos plenos de derechos, con voz propia y garantías de protección en todos los aspectos de su vida.Ese compromiso hoy enfrenta un nuevo desafío: la vida de la infancia ya no transcurre únicamente en plazas, escuelas o clubes, sino también en pantallas y plataformas digitales. La tecnología atraviesa su educación, sus vínculos y hasta su identidad. Sin embargo, la mayoría de los entornos digitales no están diseñados pensando en ellos, sino en un usuario adulto genérico.Aquí surge una pregunta clave: ¿cómo cuidamos los derechos de las infancias y adolescencias en un mundo digital que muchas veces los invisibiliza? La respuesta más frecuente ha sido el control: limitar accesos, revisar conversaciones, prohibir el uso de celulares. Pero ese atajo bienintencionado resulta insuficiente. La experiencia muestra que, en lugar de ciudadanos digitales responsables de su uso, el exceso de control genera debilitamiento del vínculo parental, overparentalidad y refuerza la idea de la niñez como objeto de cuidado. El resultado es lo contrario de lo buscado: distancia, desconfianza y silencio.Necesitamos otra mirada. Hablar de confianza no significa desentenderse, sino acompañar con escucha y diálogo. La parentalidad positiva propone criar desde el respeto y la participación, reconociendo que niñas y niños tienen derecho a equivocarse, a aprender y a expresarse también en lo digital.La tarea no es solo de las familias. Empresas tecnológicas, Estados y organismos internacionales deben asumir su parte. Herramientas como la Evaluación del Impacto en Derechos de la Infancia (ERIC) empiezan a marcar un camino, impulsando a las plataformas a pensar desde el diseño en la seguridad, la privacidad y la participación de los más jóvenes.Proteger no es vigilar: es garantizar condiciones para que cada niño crezca con dignidad. Hoy esa dignidad también se juega en el mundo digital. No podemos seguir pensando los derechos de la infancia solo en términos de plazas, escuelas y hogares, porque también se definen en algoritmos, sesgos de confirmación, plataformas y aplicaciones.Hoy, Día Nacional por los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes en la Argentina, el llamado es doble: a las familias, para que elijan la confianza y el diálogo en lugar de encerrarse en lógicas de control; y a quienes diseñan políticas públicas, para que regulen y acompañen con firmeza a las empresas tecnológicas. Solo así podremos asegurar que nuestros hijos e hijas no sean simples consumidores de pantallas, sino ciudadanos plenos de derechos en la sociedad digital que hoy habitan.Profesora de Familia y Tecnología del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austra. LA NACION